martes, 23 de diciembre de 2014

Navidad, tiempo para recibir

Mañana es nochebuena. Pasó Halloween y las grandes tiendas y supermercados se vistieron con atuendos “navideños”. Mientras muchos corren comprando, se nos olvida que la navidad es una fiesta cristiana. Sí, cristiana.

Es cierto que los regalos son una muestra de cariño y preocupación por el otro; una forma de salir al encuentro de nuestros seres queridos y de aquellos con los que compartimos cotidianamente. Incluso hay nobles campañas para ayudar a los más desamparados. No estoy en contra de dar regalos en navidad. A todos nos gusta recibir algo, por más pequeño que sea.

Sin embargo, las compras van dejando de lado el verdadero sentido de esta fecha. Se trata de una fiesta fundada en un acontecimiento concreto que sucedió hace ya bastante tiempo: el nacimiento de Jesús en Belén.

Y como la venida de Cristo al mundo es algo que me queda grande, prefiero compartir unas palabras del padre Esteban Gumucio.

“Mirando el pesebre me gustaría poder gritar:
‘Miren, nosotros los cristianos seguimos a un hombre
que no tiene cuna de reyes, sino brazos de carpintero’.

Su ejemplo es la ‘justicia’ transida de humildad.
Sigo a un hombre que me quiere libre, sin cadenas.

Lo grande a servir lo pequeño...
el rico hecho pobre para vestir al desnudo...
el pan, para compartirlo...
y dejar de ser cada cual instalado en lo que era...
para ser cada cual mucho mejor de lo que era...

Y hermanos tú y yo y ustedes todos.”[1]

A esto nos llama la Navidad. No es en primer lugar una fiesta para dar, sino que para recibir, recibir a Jesús que quiere volver a nacer en medio nuestro. No es solo recordar que vino. Démosle tiempo y espacio estos días. Dejemos de correr y comprar tanto, para que pueda llegar a nosotros, así el Dios hecho niño se hará presente en nuestras vidas y en nuestros hogares.  


[1] P. Esteban Gumucio (1914 2001), SIGO A UN HOMBRE LLAMADO JESÚS. Sacerdote chileno de la Congregación de los Sagrados Corazones.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Con Flores a María

Reconozco que esto se aleja un poco de lo que este blog pretende. Sin embargo, no puedo. No puede ser de otra manera. Pasó noviembre y no puedo no escribir sobre el mes de María. Sinceramente es algo que me supera. 

Sin embargo, no se trata solo de un dogma de fe. El mes de María se toma la vida de nuestro pueblo chileno, por eso es presente, por eso escribo sobre él. Va más allá de una verdad religiosa. Es fe viva de un pueblo que se aprecia en colegios, parroquias, hogares y lugares de trabajo, aunque no aparezca demasiado en las noticias o en los diarios. Por eso da que hablar, aunque pueda sonar repetido o trillado. 

Claramente no es algo tan mediático como el fútbol o la Teletón. Pero no hay duda de que moviliza muchísimas fuerzas y a muchas personas en un momento del año en que el cuerpo pide a gritos tener vacaciones. Se trata del comienzo del periodo de exámenes, se rinde la PSU y muchas empresas se comienzan a preparar para el fin de año. Los trabajadores comienzan a mirar el verano que se avecina y esperan con ansias las merecidas vacaciones.

En resumen, es quizás la época del año en que aumentan las exigencias y hay mayor cansancio acumulado. En otras palabras, pareciera que no es el mejor momento para inventar actividades extras para alabar a la Madre de Dios.

No obstante, aunque parezca contradictorio, las exigencias que surgen del mes de María, en vez de ser un peso que dificulta continuar en esta dura etapa del año, son un estímulo para sacar lo mejor de nosotros cuando estamos más demandados. María nos anima a entregarle las flores de la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos.

Si hay alguna duda, basta ver que son miles las personas que peregrinaran al San Cristóbal a ver a la inmaculada, o se preparan para ir a Lo VásquezLas muestra de fe y de amor son tan numerosas como diversas.

San Alberto Hurtado decía María mírame. Del mismo modo, el P. Hernán Alessandri (1935 – 2007), sacerdote, teólogo y fundador de María Ayuda, fue un hombre que amó profundamente a María, no solo un mes al año, sino que toda su vida. De ahí recibió la fuerza para entregarse de modo sencillo a todos sin distinción. Estos son solo ejemplos, aunque excepcionales, de chilenos que hicieron de su vida una continua entrega de flores a María. Cada flor es signo del amor a la madre de Jesús y un aporte sincero para construir un Chile mejor.


De este modo, el mes de María es un tiempo en que Dios se hace presente de manera especial en medio nuestro. Sin mucha bulla, Dios se hace presente en el amor de un pueblo a su Madre. La fe viva dice a gritos que en medio de las tribulaciones de esta vida el amor a la madre de Dios es real y es capaz de despertar lo mejor de nosotros, al igual como lo ha hecho con tantos otros. Ella nos invita a levantar la mirada y ponernos en sus manos. En ella, que nos cuida y nos guía, Dios se hace presente de un modo especial, no tan evidente ni tangible, pero no por eso menos real. 


viernes, 31 de octubre de 2014

Los pequeños triunfos

Junto a compañeros de teología estamos jugando en la liga de la universidad y este miércoles ganamos nuestro segundo partido y pasamos a la siguiente ronda. Claramente no se trata de la champions o de la libertadores. Es tan solo un torneo universitario. Aun así la alegría se siente, se disfruta.


Se pueden realizar los análisis y comentarios pertinentes. Nuestro desorden la segunda mitad, el estado de la cancha, la formación, los errores y quizás incluso, criticar al árbitro, por costumbre al menos. Sin embargo, podemos dejar de lado por un momento los análisis y disfrutar de la alegría, alegrarnos con este triunfo bien merecido.

Es fácil ver lo que falta, lo que se puede mejorar. Hablo de la vida en general, aunque en el fútbol esto queda más claro. Pero cuesta, y no sé por qué, reconocer y saborear los triunfos, en especial los pequeños y cotidianos. Llegan a nuestras manos y rápidamente los dejamos irse. No se trata de vivir de las glorias pasadas. Es más bien ver todas las conquistas de nuestra vida y vivir con ellas, que sean nuestras compañeras. Dejar que vayan animando nuestro paso por la vida y que no se nos escapen, pues nos pertenecen.

No estoy hablando solo de los grandes logros, aquellas victorias arduas y difíciles, que nos traen gran alegría y van modelando nuestra vida. Me refiero principalmente de los pequeños triunfos, aquellos tan sencillos que pasan desapercibidos no solo para los demás, sino que para nosotros mismos. Una buena nota, un encuentro familiar bien logrado, algún proyecto apostólico o un éxito laboral. Cada uno puede ver cuáles son sus propios logros.

El caso es que es difícil encontrar a alguien que no tenga logros personales por los que pueda alegrarse. No se trata necesariamente de “haberle ganado a alguien”. No es que la vida sea una competencia constante. Es buscar aquellas metas que, gracias a nuestro esfuerzo, pudiendo no haberlas conseguido, las alcanzamos.

Afortunadamente, no son solo éxitos personales. Hay éxitos grupales, como en el fútbol, donde el aporte de muchos permite un resultado satisfactorio. Así la alegría se comparte, no solo la alegría personal, sino que la alegría comunitaria. Juntos lo logramos. Así se goza aún más.

Ciertamente en nuestro caso, tan solo pasamos a la siguiente ronda, y la copa aún está distante. Hay que ir con calma, sin agrandarse. Pero aun así se puede celebrar y aprender a disfrutar más estos momentos que nos regala la vida. En otras palabras, esto va más allá de mirar el vaso medio lleno, es la apuesta por mirar cada gota que va llenando el vaso, porque cada gota, aunque sea pequeña, suma.

Por eso, ganemos la copa del mundo o ganemos un partido en la universidad, la marraqueta amanece más crujiente. Disfrutemos cada bocado, porque en cada uno está Dios presente, alegrándose con nosotros y ayudándonos a triunfar cada día. Él nos alienta a poner todo de nosotros. Reconozcamos que, como nos gritó en un partido un jugador del equipo rival, “el de arriba nos está mirando”. Invitémoslo a ser parte de este triunfo y a soñar juntos con lo que vendrá. 


miércoles, 15 de octubre de 2014

Verdad y División


A decir verdad, tenía pensado escribir algo acerca de la primavera que llega y que no llega. Sin embargo los últimos acontecimientos no me dejan indiferente. Los medios una vez más tergiversan los hechos y la noticia sobre Ezzati y la supuesta denuncia de los tres sacerdotes es manipulada. Las reacciones fueron diversas. Tardó un poco, pero la verdad salió a la luz y el arzobispado negó haber hecho tal denuncia.

Aun así, con o sin motivos, vino la tormenta. Pese a haber sido iniciada por una información falsa provoco daños significativos. Tristemente, los heridos no son solo los tres sacerdotes en cuestión o el arzobispo de Santiago, sino que la Iglesia, y por qué no, también la sociedad.

Pareciera ser que lo más fácil es tomar una postura como lo hizo Benito Baranda. Junto con ello surgen las más diversas opiniones y calificativos. En el ambiente se escucharon frases como “por fin Ezzati” o “yo soy de Berrios”. Sin embargo, estas posturas solo crean división, discordia. No se trata de olvidar la verdad, sino que buscarla con medios y formas adecuadas, con respeto y caridad.
Esto no es solo una problemática eclesial, refleja cómo hoy en día se buscan soluciones. No siempre hay una búsqueda sincera y desinteresada de la verdad, sino que se pretende imponer cuál es el mejor camino, al extremo que lo importante deja de ser el objeto buscado y lo principal pasa a ser quien lo dice.

Lamentablemente, es fácil olvidar que son estas divisiones las que traen grandes tragedias al mundo. La división hace mal, tanto así que muchas veces ésta persiste sin recordar cuál es su causa. Y de rupturas la historia tiene todo tipo de casos. Pasa en las mejores familias así como ha ocurrido en nuestro país y en el mundo entero.

Afortunadamente, la Iglesia no sabe solo de desaciertos y errores. Francisco dijo al iniciar el sínodo de la familia “que nadie diga: 'Esto no se puede decir; pensarán de mí así o así...'”. Se trata de buscar la verdad juntos. En este caso cómo vivir mejor una verdad que ya poseemos, el mensaje de Cristo. El intercambio cuando es con apertura es conveniente, pero cuando se comienza a descalificar y polarizar se vuelve estéril.

Me parece que la verdad no se impone ni se crea, sino que se busca, y cada tanto hace falta actualizarla, no acomodarla. No es que la verdad cambia, el hombre es el que cambia, por eso la verdad es siempre nueva. Y para esto el diálogo es fundamental. Esto no es nuevo, ya lo dijo Sócrates antes de Cristo, pero se nos olvida con facilidad.

No siempre es sencillo, pero donde hay diálogo y una búsqueda sincera de la verdad está Dios presente y queriendo hablarnos. Cuesta escucharlo, por eso cuando nos ponemos sordos la verdad quiere brillar y es posible enmendar el rumbo, como lo hizo el padre Mariano Puga

domingo, 28 de septiembre de 2014

La alegría del dieciocho

Sin duda fueron días de gran alegría y descanso para quienes vivimos en Chile, así como también para los chilenos en el extranjero, para quienes la nostalgia se junta con la alegría de unirse con su patria y seres queridos, a pesar de la distancia, en una misma fiesta. Si bien el dieciocho quedó atrás, aún es posible hallar celebraciones con cueca y empanadas. Todavía se puede encontrar en el dieciocho chico una buena excusa para continuar festejando.

Y las fiestas no pasaron en vano. Son muchas las maneras de notarlo. Basta con mirar a nuestro alrededor – quizás en nosotros mismos – y ver en los kilos ganados verdaderos vestigios de lo que sucedió en tan pocos días. Esos kilos de más pueden ser para muchos un mal augurio para el verano, pero pueden ser también un signo de lo vivido durante las fiestas patrias, muchas veces sin darnos cuenta: un encuentro real con el Dios inmanente.

¿De qué estamos hablando? Probablemente nadie tuvo arrebatos místicos mientras se comía un choripán, y son pocos los que dedicaron sus días al silencio, la contemplación y la oración. Antes bien, todo lo contrario. Se trata más bien de mirar hacia atrás con otros ojos y ver desde otra perspectiva lo que ocurrió.

Recordemos que fue Jesús quien le dijo a sus discípulos “venid y comed” (Juan 21, 12). Del mismo modo, durante este dieciocho Dios nos llamó a sentarnos a la mesa junto a Él. No fue de forma evidente como puede serlo en la eucaristía. Sin embargo, haciendo una mirada retrospectiva, es posible reconocerlo con facilidad, solo se necesita un poco de fe.

Francisco nos habla de la alegría del evangelio y cómo el gran riesgo del mundo actual es “una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro” (Evangelii Gaudium 2). El papa ha hablado muchas veces de la cultura del encuentro y qué mejor signo de encuentro que el dieciocho. Familias y amigos se reúnen para celebrar en un mismo espíritu. Muchos salen de la rutina para compartir y hallan allí una enorme fuente de alegría.

Es por esto que propongo la alegría del dieciocho como lugar de encuentro con Dios. Disfrutar un rico asado, un buen paseo y de un merecido descanso. Choripanes, chicha, empanadas, anticuchos, cueca y todo lo que viene junto a las fondas. Todas estas alegrías que nos llenan el corazón son muestra, aunque sea disimulada, de la presencia de Dios, del Dios que se hace presente aunque no lo reconozcamos, y que quiere que lo hagamos más presente en nuestras vidas.


Cada uno puede hacer la prueba. Es un sencillo ejercicio. Basta con recordar lo vivido estos días y dar gracias a Dios por cada regalo, cada gesto y cada alegría, aunque parezca insignificante, de su presencia y compañía. 

domingo, 7 de septiembre de 2014

Periferias económicas

Llegó septiembre y para muchos esto es sinónimo de asado y empanadas. Sin embargo, me parece que es un buen momento para ver que el mes de la patria va más allá de los festejos. Estas fiestas  quieren ser más que una buena excusa para celebrar; parecen ser una invitación a soñar qué país queremos, y sin duda, algo que todos queremos es el tener un Chile más justo.

Jesús una vez dijo: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más” (Lucas 12, 48). Me parece que estas palabras se aplican perfectamente a los líderes empresariales del país, un grupo tan decisivo, capaz de marcar la diferencia en lo que sucede en nuestro país.


Y hace algunos días tuve la oportunidad de participar en la presentación del documento “La Vocación del Líder Empresarial” organizada por la USeC. Reconozco que me llamó la atención que la conferencia fuera en un hotel bastante elegante de la capital, considerando el tema que se abordaría.

Es fácil cuestionarse o criticar qué hace un cardenal en un hotel así. Pero fue precisamente ahí donde me di cuenta de una nueva dimensión de las periferias que habla el papa Francisco. No se trata tan solo de ir a lugares olvidados por la sociedad, sino también de aquéllos en los que pareciera que los hombres se han olvidado de Dios.

En este sentido creo que por más que fuera un lugar bastante lindo, se trata de una periferia, un lugar límite, ya que por cómo funciona el mundo, pareciera que Dios está completamente fuera del mundo de los negocios. Por eso mismo me parece tan valiosa la visita del cardenal Turkson a los empresarios. De esto se trata salir al encuentro del otro: llevar el evangelio justamente donde es más urgente.

El cardenal no quería juzgar ni criticar a los empresarios, sino que darles una mano para unir su trabajo con la acción creadora de Dios. Del otro lado, ellos mostraban una apertura a un mensaje que los llamaba a unir criterios económicos como eficiencia y competitividad, con la conciencia de la dignidad del hombre y el bien común.

Es en este anhelo, o al menos en este llamado que hizo el cardenal ghanés, que Dios se hace presente, aunque aún falte mucho por avanzar. Dios se muestra en esta sincera búsqueda de hacer algo más que negocios, aunque sea difícil en su posición. Y este gesto me hace mirar el futuro con mayor esperanza. En medio de tantos signos desalentadores me alegra saber que hay empresarios que se cuestionan lo que están haciendo y que reconocen que hacer negocios no se reduce tan solo a ganar dinero, sino que tiene un sentido trascendente y que son capaces de construir un mundo mejor para todos.

domingo, 31 de agosto de 2014

Dar hasta que duela

Se nos fue agosto. Afortunadamente, este mes está adquiriendo una nueva connotación. Ya no son los gatos el centro de atención, sino que la solidaridad. Y esto gracias al aporte de san Alberto. El padre Hurtado fue un claro ejemplo de generosidad radical, especialmente con los más necesitados. Él realmente hizo vida la expresión “dar hasta que duela”.

De modo similar, son muchas las ocasiones que vemos en Chile muestras admirables de solidaridad. Ya sea por desastres naturales, o por eventos como la Teletón. En diversas ocasiones vemos cómo los chilenos se unen para darle una mano a quienes más lo necesitan y cuánta falta hace.

Sin embargo, no es necesario ir tan lejos para ver este tipo de manifestaciones. Son muchos los casos en que hombres y mujeres ayudan desinteresadamente a personas que están lejos de ser parte de su familia o su núcleo más cercano. Pienso en tantos jóvenes que visitan cárceles para dar clases o simplemente para compartir.  Estudiantes que acompañan enfermos y a sus familiares en hospitales. Profesionales con más ganas que experiencia que parten fuera del país a darle sentido su carrera.

Pienso en jóvenes porque son los casos que conozco. Sé de ellos no por leerlo en el diario, en facebook o twitter, sino que porque ellos, amigos míos,  me han contado su experiencia y cuan gratificante es. Me han dicho como no es sencillo compatibilizarlo con sus demás actividades. No lo hacen por dinero o por mejorar su curriculum. Simplemente les gusta, lo disfrutan. Lo hacen porque para ellos tiene un sentido, al igual como lo hacía el fundador del hogar de Cristo.

Y así como muchos se inspiran en el ejemplo del padre Hurtado, él se inspiró en las palabras y la vida de uno más grande que él. Cuanto hagan a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacen (Cfr. Mateo 25, 31 – 46). Por eso muchos salen al encuentro de quienes viven el  “cuando tuve hambre, estuve enfermo o en la cárcel”.


No es necesario dar hasta que duela, aunque muchos más podrían hacerlo. Basta con dar, puesto que en cada gesto de generosidad, incluso en el más pequeño y especialmente con el más pequeño, está Dios presente. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

¡Viva la vida!


Sin querer hacer una exégesis musical, vemos cómo la música nos habla de la vida. No me refiero tan solo a Coldplay. Podría decir, como Celia, que la vida es un carnaval, pero me quedo con lo que dice Nano: la vida es un gran regalo. Y tiene mucha razón, es quizás el mayor regalo que tenemos, puesto que nos permite todo. Al fin y al cabo, sin vida no podemos hacer, sentir, o bien, disfrutar como nos diría Wisin. Por eso es que todos queremos vivir y vemos la vida como un bien, algo que queremos. Es algo profundo en el hombre. En los animales lo vemos tan claramente en aquello que llamamos instinto de sobrevivencia. Ellos nos muestran que quieren vivir, y nosotros, también.

Quizás por lo anterior nos choca tanto ver cómo tanta gente muere producto del conflicto árabe-israelí. Hoy por hoy, sin duda que aparece la vida como un opuesto a lo que sucede en oriente medio. Aun así, en Gaza podemos ver que en medio de violencia y muerte, la pequeña Shaima nos muestra cómo la vida quiere vencer. Lamentablemente, a pesar del esfuerzo de los médicos, no siempre es posible que la vida triunfe. Dicho esfuerzo me parece semejante al de los médicos rancagüinos, que realmente buscan el bien de las personas, y no se transforman en verdaderos “matasanos”. Podemos continuar citando casos y aparece el Dr. Besio que está en contra del aborto, y no por temas puramente religiosos.

Aun así, han aparecido, según describe Esposito(1) , visiones que apuntan a que hay  vidas que son mejores que otras, e incluso algunas que no merecen ser vividas. Me parece que esto para la mayoría no tiene sentido. No es concebible la idea de que haya personas que “merezcan” vivir más que otras. No es un tema de años, sino que de individuos, personas. No se es más persona por la edad que se tiene. Sin embargo, hoy aparece como una opción aparentemente válida que haya vidas y libertades que son superiores.  Es cosa de ver propaganda pro-aborto, que pone el derecho de decidir por sobre la vida, lo que no se aleja demasiado de lo que se practica en Gaza.        

Ciertamente, esto no pretende ser una defensa sistemática en favor de la vida, sino que tan solo ver un poco lo que está más a flor de piel, aquello que se entiende más por sentido común que por argumentos finamente elaborados. Tampoco quiero dármelas de político, de filósofo o de poeta– aunque en el fondo me encantaría – pero creo vale la pena darle una vuelta al tema. En fin, son muchas las cosas que hablan de la vida y pensé que sería bueno hablar de ella.

Es así como, en medio de este pensamiento escrito, aparece una pregunta, ¿Cuál es el valor de la vida? Si mal no recuerdo, en clases de economía escuché que se podría calcular el valor de la vida humana. Vendría a ser algo así como el valor presente de la utilidad que genera una persona en toda su vida. No hay duda de que esto es algo meramente economicista y que carece de una visión adecuada de lo que significa la vida humana.

Nos preguntamos de nuevo, ¿Cuál es el valor de la vida? Sinceramente yo no tengo una respuesta acabada. Cada uno podría ver cuánto vale su propia vida y la de los demás, especialmente la de los más cercanos. Aun así, creo que la vida es un gran regalo. Es un tan valiosa que hay que cuidarla a toda costa, y por eso me parecen tan loable el esfuerzo por protegerla, ya sea en Gaza o en Rancagua. Y donde triunfa la vida, sin duda, está Dios Presente.


(1) Esposito, R. BIOPOLÍTICA Y FILOSOFÍA. Buenos Aires: Grama ediciones, 2006.

viernes, 11 de julio de 2014

Movimiento estudiantil


Van ya varios años de que comenzó cierto fenómeno estudiantil, que ha movilizado a tantos jóvenes. La exigencia de una mejor educación ha ido tomando diferentes formas y matices. Quizás poco tienen que ver las exigencias de los “pingüinos” de antaño con los pedidos de hoy, aunque hay un cierto espíritu común. Es así, como a lo largo de los años han aparecido banderas como “no al lucro” y “educación gratuita para todos”. Pero, más allá de posturas prácticas e ideológicas, y con todas las preguntas posibles, se puede afirmar que en todo esto hay un gran elemento positivo: Chile no solo quiere ser un país más rico, sino que también más fraterno y más justo, y esto pasa necesariamente por la educación.

Sin embargo, hoy quiero hablar de otro movimiento estudiantil. Se trata de un grupo no mucho más antiguo, pero sí bastante más discreto, alejado de los medios y sin lugar a dudas, ajeno a leyes y partidos políticos. Este fin de semana, cientos de jóvenes – quizás miles – parten a distintos lugares a lo largo del país a llevar una buena noticia. No van a hacer propaganda ni a vender nada. Son muchos los estudiantes, secundarios y universitarios, que dejan la comodidad de sus casas, o bien, renuncian a unas probablemente merecidas vacaciones, y durante una semana salen al encuentro de realidades ajenas a las suyas para compartir lo que son y lo que tienen. Estoy hablando de quienes parten rumbo a misiones y trabajos solidarios. Colegios y universidades se mueven para dar una mano en diversas comunidades o simplemente compartir lo más propio de cada uno, la fe. En otras palabras, contribuyen a construir a su manera un Chile más unido y más justo, un país solidario y fraterno.

Muchas veces se habla de que los jóvenes están perdidos, o que simplemente están “ni ahí”. No obstante, ver a tantos que están dispuestos a algo más, a dejar sus intereses por ayudar a otros, muestra que hay una juventud que se mueve por algo mejor. Quizás no se logre un gran cambio. Si hablamos con categorías como eficiencia y eficacia podríamos ver que los resultados no son muy alentadores. No hay duda que por más buena voluntad que tengan los voluntarios, al ocupar los criterios habituales con que se mide el progreso y el éxito, estas acciones quedarían bastante mal evaluadas. Además, muchas de estas actividades van en una dirección diferente a la que va la prensa. Me parece que en su mayoría acuden a lugares más bien olvidados por los medios, donde las necesidades hace rato dejaron de ser prioridad.

Si es así entonces, ¿Para qué hacerlo? ¿Vale la pena tal movilización o se trata tan solo de turismo social, un entretenimiento invernal de bajo costo? Creo que para responder a esto hace falta tomar distancia, quitarse las categorías habituales de evaluación y preguntarse por qué cada estudiante toma su mochila y saco de dormir, parte rumbo a pueblos que quizás nunca hubiese conocido y con gusto duerme en el suelo.

Me parece que en el fondo se trata – y con esto no se agota la reflexión – de que en el corazón de los jóvenes hay un anhelo de construir un Chile mejor. Y no solo eso, esta es la constatación de que hay una verdadera felicidad en el darse a los demás y poner el interés ajeno por sobre el propio. Posiblemente en el corto plazo no haya grandes resultados, pero estamos hablando de personas que a lo largo de su vida tendrán una mirada diferente acerca de qué es lo bueno, de dónde está la felicidad. Es una semana que enseña que es más lindo dar que recibir, y más aún, que muestra el valor de darse.

Lamentablemente es fácil que se olvide, y que luego de una semana tan distinta, la experiencia quede solo en eso, una experiencia distinta. Puede ser que con la vuelta a la rutina se olvide todo lo vivido. Sin embargo, creo que  puede haber una generación marcada por la solidaridad y que esto marque sus prioridades presentes y futuras. Y bueno, para mí en ese espíritu está Dios presente. Esto es precisamente parte de esta buena noticia que anuncian estos jóvenes con su vida: la belleza del darse.


domingo, 15 de junio de 2014

Yo creo en la roja


Empezó el mundial. No es que el mundo se detenga como muchos quisieran. Aun así todo cambia. Cambian los intereses, los tiempos y las prioridades. Los amantes del fútbol se desquician y los no tan futboleros comienzan a serlo. Todo, nos guste o no, comienza a girar en torno a la fiesta del “deporte rey”. Sea como sea el mundial es una realidad que nadie puede negar y que cada cuatro años se toma múltiples dimensiones de nuestra vida. Si bien no es raro que la sección de deporte de los diarios sea la más apetecida, durante este tiempo este particular suplemento toma dimensiones que podrían parecer absurdas, y la fiebre futbolera invade las demás secciones de los diarios y televisión, y para qué hablar de las redes sociales. Es dramáticamente evidente constatar que todo nos habla de Brasil 2014 con un sinfín de colores y formas.

Por otra parte, para quienes no les gusta (tanto) el fútbol, tienen el consuelo de que es solo un mes – pero claro, no cualquier mes – y son testigos, quizás de un modo especial, de cómo el mundo se une alrededor de este gran fenómeno. Hoy por hoy, el televisor toma un lugar privilegiado en millones de hogares, oficinas, bares, universidades, y por qué no, iglesias y seminarios. Habitantes de los más diversos países se reúnen para seguir lo que está ocurriendo en la tierra de la samba. Ciertamente no es una perfecta unidad, ya que cada uno hincha por su equipo y el avance de las rondas va dejando perdedores y ganadores. De esta manera, a pesar de la gran expectación que genera la copa del mundo y los millones – en todo sentido – que moviliza, esta agitación es pasajera; o como dicen por ahí: “es emífera”. Después del 13 de julio (día de la final) todo volverá a su cauce habitual y lo sucedido en Brasil será historia. Es así como algo tan grande perderá sin remedio su fuerza súbitamente.

No obstante, y a riesgo de parecer hereje, me pregunto si habrá algo más grande y universal que el mundial de fútbol; ¿Será acaso posible que haya algo que sea capaz de unir real y profundamente a los pueblos a pesar de las diferencias? O bien, simplemente podría preguntar si en medio de tanta conmoción mundialera queda algo de espacio alguien que parece tan ajeno al fútbol: Dios.

Vienen a mi mente las palabras “yo creo en la roja”. Esto refleja sentimiento que se vive en Chile. Somos millones de chilenos los que ponemos nuestra esperanza en un puñado de hombres que dan lo mejor de sí a pesar todas las dificultades y exigencias. Esta emoción es la que une a Chile durante tantas oportunidades y es capaz de romper barreras, pues no importa dónde sea, todos nos alegramos cuando Alexis mete un gol. No solo celebran los que van a plaza Italia, somos todos quienes disfrutamos los triunfos de la roja de todos. Pero quizás por vivir con tantos extranjeros, sé que este profundo sentimiento no es universal y que en cierto sentido es bastante limitado. Podría decir que “la roja de todos” no es efectivamente “de todos”.

Por cierto, yo creo en la roja. Sí, creo en la selección chilena y sueño con ver al niño maravilla levantando la copa en el Maracaná. Sin embargo, creo que hay algo más grande. Cada uno puede preguntarse en qué cree, qué es lo que le da sustento a su vida. Para mí, sin darme más vueltas, aquello le da sentido a mi vida y es capaz de unir a todos es la fe, la fe en una persona, la fe en Jesucristo. Esta fe no viene temporalmente cada cuatro años y no hay que clasificar para obtenerla, y afortunadamente estamos todos invitados a participar. La fe nos une y no es necesario ser chileno.

Que en estos días, así como todo nos habla del mundial, que lindo sería que todo pudiera hablarnos de Dios. No hablo de catequesis en todos los matinales y que las noticias hablen solo del Papa. Pero sí pido que el mundo nos hable más de lo bueno que hay en el hombre, que alimente nuestra esperanza en el mañana y nos anime a ser más hermanos entre nosotros. Si todos sabemos lo feliz que nos hace tener una familia, que el mundo nos aliente a cuidarla y con ella cuidar la vida de todos sus miembros. Que hagamos a Dios presente en nuestra vida y que no sea solo un mes cada cuatro años, aunque quizás eso sería un gran avance.

Yo creo en la roja, pero creo aún más en Cristo, signo del amor de Dios a  los hombres, sean o no futboleros.