viernes, 31 de octubre de 2014

Los pequeños triunfos

Junto a compañeros de teología estamos jugando en la liga de la universidad y este miércoles ganamos nuestro segundo partido y pasamos a la siguiente ronda. Claramente no se trata de la champions o de la libertadores. Es tan solo un torneo universitario. Aun así la alegría se siente, se disfruta.


Se pueden realizar los análisis y comentarios pertinentes. Nuestro desorden la segunda mitad, el estado de la cancha, la formación, los errores y quizás incluso, criticar al árbitro, por costumbre al menos. Sin embargo, podemos dejar de lado por un momento los análisis y disfrutar de la alegría, alegrarnos con este triunfo bien merecido.

Es fácil ver lo que falta, lo que se puede mejorar. Hablo de la vida en general, aunque en el fútbol esto queda más claro. Pero cuesta, y no sé por qué, reconocer y saborear los triunfos, en especial los pequeños y cotidianos. Llegan a nuestras manos y rápidamente los dejamos irse. No se trata de vivir de las glorias pasadas. Es más bien ver todas las conquistas de nuestra vida y vivir con ellas, que sean nuestras compañeras. Dejar que vayan animando nuestro paso por la vida y que no se nos escapen, pues nos pertenecen.

No estoy hablando solo de los grandes logros, aquellas victorias arduas y difíciles, que nos traen gran alegría y van modelando nuestra vida. Me refiero principalmente de los pequeños triunfos, aquellos tan sencillos que pasan desapercibidos no solo para los demás, sino que para nosotros mismos. Una buena nota, un encuentro familiar bien logrado, algún proyecto apostólico o un éxito laboral. Cada uno puede ver cuáles son sus propios logros.

El caso es que es difícil encontrar a alguien que no tenga logros personales por los que pueda alegrarse. No se trata necesariamente de “haberle ganado a alguien”. No es que la vida sea una competencia constante. Es buscar aquellas metas que, gracias a nuestro esfuerzo, pudiendo no haberlas conseguido, las alcanzamos.

Afortunadamente, no son solo éxitos personales. Hay éxitos grupales, como en el fútbol, donde el aporte de muchos permite un resultado satisfactorio. Así la alegría se comparte, no solo la alegría personal, sino que la alegría comunitaria. Juntos lo logramos. Así se goza aún más.

Ciertamente en nuestro caso, tan solo pasamos a la siguiente ronda, y la copa aún está distante. Hay que ir con calma, sin agrandarse. Pero aun así se puede celebrar y aprender a disfrutar más estos momentos que nos regala la vida. En otras palabras, esto va más allá de mirar el vaso medio lleno, es la apuesta por mirar cada gota que va llenando el vaso, porque cada gota, aunque sea pequeña, suma.

Por eso, ganemos la copa del mundo o ganemos un partido en la universidad, la marraqueta amanece más crujiente. Disfrutemos cada bocado, porque en cada uno está Dios presente, alegrándose con nosotros y ayudándonos a triunfar cada día. Él nos alienta a poner todo de nosotros. Reconozcamos que, como nos gritó en un partido un jugador del equipo rival, “el de arriba nos está mirando”. Invitémoslo a ser parte de este triunfo y a soñar juntos con lo que vendrá. 


miércoles, 15 de octubre de 2014

Verdad y División


A decir verdad, tenía pensado escribir algo acerca de la primavera que llega y que no llega. Sin embargo los últimos acontecimientos no me dejan indiferente. Los medios una vez más tergiversan los hechos y la noticia sobre Ezzati y la supuesta denuncia de los tres sacerdotes es manipulada. Las reacciones fueron diversas. Tardó un poco, pero la verdad salió a la luz y el arzobispado negó haber hecho tal denuncia.

Aun así, con o sin motivos, vino la tormenta. Pese a haber sido iniciada por una información falsa provoco daños significativos. Tristemente, los heridos no son solo los tres sacerdotes en cuestión o el arzobispo de Santiago, sino que la Iglesia, y por qué no, también la sociedad.

Pareciera ser que lo más fácil es tomar una postura como lo hizo Benito Baranda. Junto con ello surgen las más diversas opiniones y calificativos. En el ambiente se escucharon frases como “por fin Ezzati” o “yo soy de Berrios”. Sin embargo, estas posturas solo crean división, discordia. No se trata de olvidar la verdad, sino que buscarla con medios y formas adecuadas, con respeto y caridad.
Esto no es solo una problemática eclesial, refleja cómo hoy en día se buscan soluciones. No siempre hay una búsqueda sincera y desinteresada de la verdad, sino que se pretende imponer cuál es el mejor camino, al extremo que lo importante deja de ser el objeto buscado y lo principal pasa a ser quien lo dice.

Lamentablemente, es fácil olvidar que son estas divisiones las que traen grandes tragedias al mundo. La división hace mal, tanto así que muchas veces ésta persiste sin recordar cuál es su causa. Y de rupturas la historia tiene todo tipo de casos. Pasa en las mejores familias así como ha ocurrido en nuestro país y en el mundo entero.

Afortunadamente, la Iglesia no sabe solo de desaciertos y errores. Francisco dijo al iniciar el sínodo de la familia “que nadie diga: 'Esto no se puede decir; pensarán de mí así o así...'”. Se trata de buscar la verdad juntos. En este caso cómo vivir mejor una verdad que ya poseemos, el mensaje de Cristo. El intercambio cuando es con apertura es conveniente, pero cuando se comienza a descalificar y polarizar se vuelve estéril.

Me parece que la verdad no se impone ni se crea, sino que se busca, y cada tanto hace falta actualizarla, no acomodarla. No es que la verdad cambia, el hombre es el que cambia, por eso la verdad es siempre nueva. Y para esto el diálogo es fundamental. Esto no es nuevo, ya lo dijo Sócrates antes de Cristo, pero se nos olvida con facilidad.

No siempre es sencillo, pero donde hay diálogo y una búsqueda sincera de la verdad está Dios presente y queriendo hablarnos. Cuesta escucharlo, por eso cuando nos ponemos sordos la verdad quiere brillar y es posible enmendar el rumbo, como lo hizo el padre Mariano Puga