domingo, 19 de abril de 2015

El Bosque de Karadima



Hace algunas semanas comenzaron a aparecer los primeros carteles y en unos días más – este jueves 23 de abril – se estrenará la película “El bosque de Karadima” (ver trailer). Lamentablemente está basado en hechos reales, lo cual a mí parecer supera ampliamente lo que han sido Penta, Caval o SQM para la política chilena.

Ciertamente, el caso Karadima de ninguna manera es justificable o defendible. Los abusos dentro o fuera de la Iglesia son y serán siempre algo repudiable y nefasto. Es por eso que el papa Francisco ha pedido perdón por el daño, no solo en general, sino que también en ocasiones particulares y apersonas concretas, como sucedió con cierto joven español.

Por mí parte, no pretendo por ahora comentar la cinta o el asunto en general. Quisiera simplemente compartir algunas miradas que pueden ayudar a abordar la película con mayor perspectiva y ofrecer cierto contexto que permita juzgar con más elementos lo expuesto en este largometraje. Al menos espero que al ir al cine el único pensamiento no sea “todos en la Iglesia son iguales”.

En primer lugar, creo que es necesario tener claro que el bosque de Karadima es, en cierto sentido, "tan solo" eso, un bosque dentro del mundo que es la Iglesia. El mismo papa Francisco, antes de asumir el pontificado, estaba con los pobres y marginados. Por eso sus palabras de salir al encuentro de los más necesitados, misericordiar, y buscar la paz y la justicia, no son solo un lindo discurso, sino que fruto de su vida y reflexión, son ante todo su manera de vivir el evangelio. Es así como no hay duda de que la imagen de Francisco contrasta radicalmente con Fernando, siendo ambos miembros de la misma Iglesia y contemporáneos.

Vamos un poco más allá. El papa actual no es el único que muestra una Iglesia diferente a la que presenta la película de Matías Lira. Son muchos, muchísimos, los casos de fidelidad al mensaje de su fundador. No hace falta mirar al pasado y nombrar a san Francisco de Asís o San Ignacio de Loyola. Tampoco es necesario volver al Chile de los años cuarenta y hablar del P. Hurtado. Podemos missão Belém (ver video), que se dedica a sacar a personas de la droga con el evangelio en la mano. O bien, algo similar que ocurre en la Legua, con la comunidad terapéuticaJoven Levántate, iniciativa que surgió al alero de la parroquia san Cayetano y animada por el mensaje de Cristo.

No es mi objetivo bajar el perfil, ni mucho menos defender lo indefendible. Aun así los hechos hablan por sí solos y, aunque sin tanta propaganda, ejemplos hay muchos de cómo la Iglesia sí es fiel al mensaje de Jesús. Hace un par de años, tuve la oportunidad de conocer de cerca el asilo Vila Itagiba, en Brasil (ver video). Allí mujeres alegres y valientes se dedicaban a cuidar ancianos, impulsadas a servir desinteresadamente a Cristo presente en el prójimo. Seguramente quien lea este artículo conoce ejemplos que podría agregar a una extensa lista de quienes sirven desde la Iglesia, la misma Iglesia de Fernando Karadima, a los más necesitados. 

Sin duda que el daño que puede hacer una personalidad enferma con poder es muchísimo. Sin embargo, y por más terrible que sea, hay también muchas personas dentro de la Iglesia que hacen el bien y no solo con los más pobres. Si bien, el mal cometido es terrible, reducir a la Iglesia tan solo su lado negativo me parece un error.


Reconozco que me duele la Iglesia. Me duele saber que sucedan estas atrocidades. Pero aun así creo que, a pesar de estas grandes heridas, Dios sigue actuando. Para mí, Dios está presente en la Iglesia, así como tristemente también lo está el mal. El mismo papa BenedictoXVI lo reconoció. Por eso esta película, que nos relata aquel que fácilmente puede ser el hecho más doloroso de la Iglesia chilena, nos pide a gritos que estos crímenes no vuelvan a ocurrir dentro ni fuera de la Iglesia. Sin embargo, no hay que olvidar que son muchos más los casos de personas que hacen el bien inspirados por Jesucristo.

viernes, 10 de abril de 2015

En la punta de los dedos

¿Cómo se usa?’ Esta fue la pregunta que me hice hace algunos luego de instalar WhatsApp. Sin embargo, creo que la cuestión se hace más profunda frente a este fenómeno que se presenta en todos lados y al alcance, literalmente, de la mano. El asunto aumenta de proporciones cuando se añaden otros elementos como Facebook, Twitter o Instagram.

Hace algunas semanas leí una noticia que hablaba del impacto de las redes sociales en el rendimiento escolar. Sabemos que no solo influyen en lo académico. En los últimos años han tocado, o más bien invadido, todas las dimensiones de nuestra vida.   

Me parece que se hace urgente preguntarse cómo usar estas tecnologías. Basta ver a tanta gente que camina como zombi con el celular en la mano, a los hipnotizados del metro, o bien, a aquellos automovilistas que afirman con más fuerza el teléfono que el volante.

Quizás más de alguno se enteró que el año pasado tuvo su debut y despedida la serie Selfie. Se trataba de una adicta a las redes sociales y su compañero de trabajo que vivía al margen de ellas. En resumen, ella tenía una gran actividad ‘social-virtual’, pero una pobre ‘vida real’, lo cual la llevó al colapso. Para la protagonista, la realidad estaba tan fragmentada que ella se quebró al reconocer que aunque tenía miles de seguidores y fans, no tenía amigos de verdad. En cambio, para el coprotagonista, el mundo virtual era desconocido y por ello se perdía buena parte de lo que ocurría a su alrededor. Ciertamente ambos iban por mal camino. A medida que la serie avanzaba, estos personajes – caricaturas no tan lejanas a la realidad – lograban dar pasos importantes para sanarse y convertirse en personas que vivían efectivamente “en este mundo”.  

Nuevamente me cuestiono: ¿Cómo se usa? Claramente no me refiero a los aspectos técnicos, sino a cómo utilizarlo correctamente, a cómo hacer que sea una herramienta útil – en el sentido amplio del término – que nos haga más humanos y no se torne un problema implícito de nuestra existencia. No hay duda que todos esto avances traen consigo grandes beneficios. El problema está cuando este progreso se nos escapa de las manos y nos volvemos esclavos de nuestras propias conquistas.

Me parece que lo central no es cuánto lo usamos, sino que lo importante es el cómo y la libertad que tenemos frente a ellos. No hay duda que es desagradable tener en frente a personas que en vez de compartir ven solo lo que ocurre en la punta de sus dedos. No hay que ser un agudo observador para reconocer que algo anda mal en aquellos que les cuesta alejarse de su celular o que se estresan sobremanera cuando no hay señal sin que haya una razón legítima para preocuparse.

Hace poco más de un mes, yo estaba en misa y, en un momento en que toda la Iglesia estaba en silencio, sonó mi celular y todo el mundo se dio cuenta. El padre reaccionó y dijo algo así como “parece que Dios está llamando”. Así es como el teléfono me traicionó. Sin embargo, creo que es cierto. Dios no solo llama, sino que también twittea, sube fotos y, por qué no, “whatsapea”.

Dios quiere entrar en todas las realidades. Hay gente que busca compartir cosas buenas a través de los medios y no simplemente aquello que vende, incluso a costa de la dignidad de otras personas como en el caso de "Fifi" (este blog quiere ser parte de ello, un intento por aportar). No se trata solo de material religioso, sino de publicaciones que dignifiquen y eleven al hombre, que lo ayuden a ser mejor. Como dice Cristobal Fones sj en su último disco, aquello que ayuda a hacer sentir al otro más humano”.

No me refiero tan solo cuentas como @Pontifex o los consejos de cuaresma del papa Francisco (que según escuché se viralizaron en WhatsApp). Dios se hace presente y se comunica, nos habla de muchas maneras: en los mensajes que traen sana alegría a nuestra vida cotidiana, en las tonteras que nos hacen reír, en los mensajes de cariño de nuestros seres queridos, en las buenas noticias y también en los mensajes que piden justicia en casos como Dávalos, Penta o SQM.

Dios siempre llama, solo hay que ponerle atención.