domingo, 5 de febrero de 2017

Super bowl y el muro

"Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres".

Siempre me ha llamado la atención esto de la sal, pues si pierde su sabor ya no es sal. Más bien, lo que me cuesta entender es cómo la sal puede dejar de salar, parece absurdo. Sin embargo, la situación actual de México me da algunas pistas para entender esta metáfora.

Muchos mexicanos reclaman - y con justa razón - contra las medidas de Trump. Algunos llegan a proponer un boicot dejando de comprar en empresas gringas. El asunto tiene muchos matices, pero no escribo sobre economía. Por otro lado, hace varios días el super bowl es asunto de conversación obligado. Incluso el papa Francisco habló de este gran evento deportivo

Estando al otro lado del hipotético muro, hay mucha gente sigue a su equipo de americano y le interesa mucho más que su club de fútbol en la liga azteca. Puede parecer contradictorio, pero he aprendido que así es México, o al menos lo que he conocido, ya que tan lejos no estamos.

Volviendo al muro, dejando de lado lo negativo, hay algo bueno: permite reconocer que hay una identidad nacional que va más allá de los tamales y los tacos. Es algo semejante a lo que sucede con los trágicos incendios en Chile. Ésta y otras catástrofes pueden sacar lo mejor de un pueblo herido y nos enseñan a salir adelante a pesar de las dificultades. La solidaridad en medio de la adversidad rompe con la indiferencia cotidiana. El fuego nos hace tomar conciencia del tesoro que tenemos en nuestros bosques, y sobre todo, en nuestra gente.

Del mismo modo, el muro puede ayudar a sacar lo mejor del pueblo mexicano. Que la sal se desvirtúe sería equivalente a que un mexicano pierda su identidad más profunda: su amor a María de Guadalupe y su capacidad de dar testimonio de Cristo Rey. Esta fe latinoamericana es nuestra herencia más preciada. Dejarla atrás sería equivalente a que la sal pierda su sabor.

Dios no nos envía las dificultades, éstas son simplemente parte de la vida. Sin embargo, él está ahí acompañándonos y ayudándonos a sacar lo mejor de nosotros. Dios se hace presente cuando, en medio de conflictos y problemas, somos capaces de salir adelante, cuando nos unimos a pesar de las diferencias para superar juntos los obstáculos que aparecen en el camino. No es solo en grandes eventos o situaciones - como un incendio o un muro nacional - sino que también en pequeños acontecimientos donde con ayuda de aquel que es la sal del mundo logramos salir adelante.