Van ya varios años de que comenzó cierto fenómeno estudiantil, que ha movilizado a tantos jóvenes. La exigencia de una mejor educación ha ido tomando diferentes formas y matices. Quizás poco tienen que ver las exigencias de los “pingüinos” de antaño con los pedidos de hoy, aunque hay un cierto espíritu común. Es así, como a lo largo de los años han aparecido banderas como “no al lucro” y “educación gratuita para todos”. Pero, más allá de posturas prácticas e ideológicas, y con todas las preguntas posibles, se puede afirmar que en todo esto hay un gran elemento positivo: Chile no solo quiere ser un país más rico, sino que también más fraterno y más justo, y esto pasa necesariamente por la educación.
Sin embargo, hoy quiero hablar de
otro movimiento estudiantil. Se trata de un grupo no mucho más antiguo, pero sí
bastante más discreto, alejado de los medios y sin lugar a dudas, ajeno a leyes
y partidos políticos. Este fin de semana, cientos de jóvenes – quizás miles –
parten a distintos lugares a lo largo del país a llevar una buena noticia. No
van a hacer propaganda ni a vender nada. Son muchos los estudiantes,
secundarios y universitarios, que dejan la comodidad de sus casas, o bien,
renuncian a unas probablemente merecidas vacaciones, y durante una semana salen
al encuentro de realidades ajenas a las suyas para compartir lo que son y lo
que tienen. Estoy hablando de quienes parten rumbo a misiones y trabajos
solidarios. Colegios y universidades se mueven para dar una mano en diversas
comunidades o simplemente compartir lo más propio de cada uno, la fe. En otras
palabras, contribuyen a construir a su manera un Chile más unido y más justo,
un país solidario y fraterno.
Muchas veces se habla de que los
jóvenes están perdidos, o que simplemente están “ni ahí”. No obstante, ver a tantos que están dispuestos a algo más,
a dejar sus intereses por ayudar a otros, muestra que hay una juventud que se
mueve por algo mejor. Quizás no se logre un gran cambio. Si hablamos con categorías como
eficiencia y eficacia podríamos ver que los resultados no son muy alentadores.
No hay duda que por más buena voluntad que tengan los voluntarios, al ocupar los
criterios habituales con que se mide el progreso y el éxito, estas acciones
quedarían bastante mal evaluadas. Además, muchas
de estas actividades van en una dirección diferente a la que va la prensa. Me
parece que en su mayoría acuden a lugares más bien olvidados por los medios,
donde las necesidades hace rato dejaron de ser prioridad.
Si es así entonces, ¿Para qué hacerlo? ¿Vale la pena tal
movilización o se trata tan solo de turismo social, un entretenimiento invernal
de bajo costo? Creo que para responder a esto hace falta tomar distancia,
quitarse las categorías habituales de evaluación y preguntarse por qué cada
estudiante toma su mochila y saco de dormir, parte rumbo a pueblos que quizás
nunca hubiese conocido y con gusto duerme en el suelo.
Me parece que en el fondo se trata – y con esto no se agota la
reflexión – de que en el corazón de los jóvenes hay un anhelo de construir un
Chile mejor. Y no solo eso, esta es la constatación de que hay una verdadera
felicidad en el darse a los demás y poner el interés ajeno por sobre el propio.
Posiblemente en el corto plazo no haya grandes resultados, pero estamos
hablando de personas que a lo largo de su vida tendrán una mirada diferente
acerca de qué es lo bueno, de dónde está la felicidad. Es una semana que enseña
que es más lindo dar que recibir, y más aún, que muestra el valor de darse.
Lamentablemente es fácil que se olvide, y que luego de una
semana tan distinta, la experiencia quede solo en eso, una experiencia distinta.
Puede ser que con la vuelta a la rutina se olvide todo lo vivido. Sin embargo,
creo que puede haber una generación marcada
por la solidaridad y que esto marque sus prioridades presentes y futuras. Y
bueno, para mí en ese espíritu está Dios presente. Esto es precisamente parte
de esta buena noticia que anuncian estos jóvenes con su vida: la belleza del
darse.