Hace un par de semanas tuve la
oportunidad de pasar algunos días en Berlín. Si bien no era un destino que me
interesara demasiado visitar, me intrigaba el misterio de una ciudad que fue
testigo en primera fila del capítulo más oscuro de la historia contemporánea de
occidente, y quizás de toda la historia universal: la segunda guerra mundial (y
la posterior guerra fría).
Hay quienes dicen que lugares
como éste tienen una vibra especial. Sinceramente no la sentí, pero al recorrer
las calles llenas de recuerdos había algo que hablaba sin palabras. Un ejemplo
es que la ciudad continúa en reconstrucción. Tiene sentido, no ha pasado tanto
tiempo de la caída del muro (tan solo 28 años). Es en ese plan de remodelación
urbana que hubiera sido fácil eliminarlo por completo, a fin de quitar de vista
el recuerdo incómodo de la fragmentación de todo un país (y de buena parte del
mundo). En vez de quitarlo por completo, optaron por mantenerlo en muchos
lugares, ya no como separación, sino como memorial. Tal vez para dejar en claro
que algo así no se debe repetir.
¿Aprendimos la lección?
Si nos movemos un poco en el
mapa, en Latinoamérica existe cierta cultura
de los muros. Los condominios (barrios privados, fraccionamientos, o como
se llamen en los distintos países) tienen mucho de la antigua barrera entre el
este y el oeste berlinés. Dentro de estos desarrollos urbanos vive gente
generalmente en mejores condiciones que los que viven fuera. Pareciera que la
diferencia es que no dejan entrar a los demás, pero podría ser que es la
sociedad – como otrora hacía el régimen Soviético – quien no permite el acceso
y quien fomenta las separaciones.
Y los límites físicos no son los
únicos. Estamos en un mundo donde pareciera que se alzan divisiones
infranqueables cuando radicalizamos nuestras posturas y las tratamos de
imponer. Jesús mismo se reconocía como el camino, la verdad y la vida (cf. Juan
14,6), y aun así no obligó a nadie a seguirlo, antes bien, se hizo uno con publicanos y
pecadores, y no dudó en criticar el fariseísmo (cf. Mt 23,4; Lc 11,46) de
quienes intentaban de mostrarse como justos construyendo barreras imaginarias
para sentirse seguros.
Se están derribando los muros. Así es la evolución para Adrián
Berra (uno de mis últimos hallazgos musicales). Demoler murallas para hacernos
uno, superando la división, sin pretender que todos seamos iguales. En un mundo
donde pareciera que vuelven las ideologías que nos alejan, no
queremos renunciar a la búsqueda de la verdad, sino más bien encontrarla
juntos, buscando puntos comunes en nuestras miradas limitadas (como salió hace
unas semanas en la revista Mensaje). Así crecemos y nos hacemos más humanos. Tratar de unirnos y no dividirnos es
la invitación. Aprender de los errores del pasado y no replicarlos.
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