Hoy sucedió, a mi juicio, algo terrible y triste. La verdad
más triste que terrible. No es primeramente porque hayan destruido una imagen o
hayan profanado un lugar sagrado. En un comentario que leí en facebook alguien
comentaba: “Es una imagen que no ve y no escucha. Jesús vive en tu corazón y
aunque destruyan todas las iglesias seguirá en tu corazón. Recuerda que tú eres
su templo, en ti vive”. Y creo que es cierto. Jesús decía que antes que el
templo como edificio estaba él mismo, él es más importante que un edificio (cf.
Jn 2, 19-21). Y es cierto, la Iglesia es más importante que una iglesia.
No obstante, es triste ver cómo se violenta algo que para
muchos es sagrado. No se daña simplemente una imagen o un edificio, sino que se
ataca lo más íntimo de la fe cristiana, se atenta – aunque sea simbólicamente –
contra Jesús mismo, a quien los cristianos amamos y seguimos. No se está
discutiendo una ideología, se violenta una persona y no cualquiera. Lo de hoy es semejante a lo que ocurrió el primer Viernes Santo hace unos dos mil años.
No juzgo a los encapuchados, aunque ciertamente repudio lo
que hicieron. Seguro Dios sabe lo que hay en sus corazones y por qué lo
hicieron. Tal vez no sabían lo que significaban sus acciones al igual que los
soldados romanos. Por eso Jesús dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen” (Lc 23, 24).
Ahora bien, destaquemos lo positivo. En diversos medios he
podido ver reacciones que no son planificadas. No son parte de un plan
mediático programado, sino que son manifestaciones que brotan de lo hondo del
corazón de los fieles, son respuestas que nacen de una fe herida y apenada que
como alguien escribía en facebook: "Afectan al movimiento estudiantil con su
actuar y hacen que a nosotros, los cristianos, nos duela todo de pura pena". Y
ciertamente, sus palabras son más sentidas que reflexionadas.
Hoy todo el pueblo chileno se entristeció por un acto
vandálico que se da en el contexto de una marcha llena de buenas intenciones.
Los cristianos nos entristecemos aún más porque violaron lo más sagrado que
tenemos, nuestra fe y atacaron – quizás sin quererlo – a la persona más
importante de nuestras vidas: Jesucristo.
Sin embargo, que bueno que así sea. No me alegra lo que pasó
en la iglesia, me alegra lo que está pasando en La Iglesia. Qué bueno que nos
duela, acongoje y moleste cuando agreden algo que teóricamente es tan
importante para nosotros los católicos, pues significa que esto constituye algo realmente importante para nuestra existencia. No es careta, es un dolor sincero que nos lleva a unirnos
como Iglesia y a anunciar nuestra fe.
Es una pena que tengan que ocurrir cosas así para que
expresemos más manifiestamente nuestra fe. No obstante, la tristeza disminuye
al ver que la Iglesia crece. “La única iglesia que ilumina es la que arde” vi
que alguien comentaba en facebook. Es cierto, la Iglesia que arde por Cristo,
que se entristece y encoleriza cuando arremeten contra él, ciertamente ilumina
y brilla en medio del mundo como el mismo Jesús nos decía: “Ustedes son la luz
del mundo” (Mt 5,14). Que su luz brille hoy en nosotros en este oscuro momento,
pues en esa luz aparece Cristo más vivamente.
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