Para algunos las vacaciones aun no comienzan y
para otros ya terminaron. Hay quienes siguen disfrutando del tiempo libre,
mientras para otros durante este verano las vacaciones son algo inexistente.
Personalmente tuve el regalo de tener unas buenas vacaciones, visité el sur de
Chile y quisiera compartir parte de lo que experimenté.
Para los santiaguinos como yo, pasando
Concepción comienza el sur. Es que para un habitante de la capital basta salir
de Santiago para olvidarse del cemento y del Transantiago. Sin embargo, algo sucede un pasando la región del Bio-Bio
que todo cambia. El paisaje comienza a adquirir tonos de verde que no se
ven entre las construcciones capitalinos y los rebaños de vacas blanquinegras
hacen que uno sienta que está entrando a un comercial de Colun o Soprole.
Esta vez, tuve la oportunidad visitar la región
de los Ríos. Instalando la carpa a orillas del lago Panguipulli disfruté de los
encantos de una zona bañada abundantemente por lagos y ríos. Así, entre tantas
otras cosas, quedé admirado con la belleza del cielo. Es bastante simple, pero
es que no solo los atardeceres son un bellísimo espectáculo. Es suficiente con levantar la vista por
entre los coihues o araucarias y dejarse interpelar por un sol radiante y un
cielo transparente.
No por casualidad, esta semana las lecturas nos
cuentan sobre la creación del mundo. El libro del Génesis nos cuenta, aunque no
sea de modo literal, cómo Dios creo el cielo y la tierra, la luz y los astros
del cielo. Así, Dios le regaló al hombre todo cuanto puede disfrutar por medio
de sus sentidos.
Todos los cristianos, no solo los católicos, rezamos como Jesús nos enseñó:
“Padre nuestro, que estás en los cielos”. Si bien esto se refiere a una
realidad fuera de este mundo, al contemplar la inmensidad del firmamento es posible encontrar
vestigios del creador del mundo.
Sinceramente, y con más fe que razón, mirar al
cielo me acerca a la eternidad. Ciertamente el cielo donde Dios habita no es
nuestro cielo azulado, pero viendo hacia
las alturas es posible creer que existe algo más allá. No más allá de la
atmósfera simplemente, sino que más allá del cosmos. La majestad del cielo nos
invita a creer que está Dios Presente, que hay alguien que no solo creó todo
cuanto existe, sino que existe quien se preocupa por cada uno de nosotros.
Siendo más directo, la invitación se desprende
fácilmente. En medio del descanso estival, desconectarse un rato, levantar la
cabeza y dejando de lado toda clase de prejuicios, preguntarse por qué no puede
ser posible que algo tan maravilloso haya sido creado por alguien aún más
maravilloso. Afortunadamente no hace
falta viajar demasiado, pues en todas partes hay un cielo que nos cobija y nos
habla de Dios.