Sin duda que hoy, 11 de septiembre, es un día
que nos recuerda el valor de la paz. No es solo ausencia de guerra o violencia,
sino que requiere una cierta armonía con uno mismo y con el mundo. Es triste pensar que haya un día en que la
violencia está, en cierto sentido, permitida o justificada para algunas personas.
Por otro lado, la paz no es solo un tema
social. “Muchas personas experimentan un
profundo desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para
sentirse ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar
todo lo que tienen a su alrededor” [1]. Así Francisco nos cuestiona a un nivel personal y cotidiano respecto a
nuestro estilo de vida. De este modo no se relaciona solo con aquello que
ocurre en medio oriente o lo que quedó en el pasado.
El día de hoy no muestra que en nuestra
historia la paz se ha visto interrumpida. La caída de las torres gemelas o el
golpe militar en Chile son momentos críticos que muestran cuán valiosa es esta
paz. La violencia sin duda una manifestación, pero no es la causa última ¿Dónde
está la raíz?
Los hippies lo decían amor y paz. Los franciscanos usan el saludo paz y bien. En distintos momentos y culturas la paz es un bien
preciado, posee un valor en sí misma. No
hay duda que la paz trae consigo muchos beneficios, nos permite trabajar,
crear, reír. Es un deseo humano arraigado en lo más íntimo del hombre.
Incluso cuando se intenta justificar el uso de la fuerza – aunque no pretendo
juzgar esta postura – es en miras de
tener un mundo más apacible.
Uno de los ideales de la revolución francesa
era la fraternidad. No es solo respeto o
justicia, se trata de estar en armonía con el otro, lo cual exige reconocer su
dignidad, su valor, sin ponerse por sobre los demás, sino que valorar la
riqueza del prójimo, no por sus capacidades o méritos, ni tampoco por lo
que posee o es capaz de producir, sino que simplemente porque es persona, al
igual que uno. Si el otro no es valorado, la paz se ve amenazada. Se torna una
paz utilitaria, la cual se solo mantiene en la medida que conviene a mis
objetivos.
Así como Gandhi y Mandela buscaron. Jesús también
lo hizo. Antes de partir al cielo le dijo a sus amigos: “La paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27). En ocasiones en que
la concordia escasea, cuando se ve amenazada, Cristo es fuente de paz y
tranquilidad. Pero no solo eso, también en
la paz encontramos a Dios que nos sale al encuentro. Él quiere un mundo
pacífico, esa es la imagen del paraíso y un deseo del hombre. Todos los hombres
– dice el papa – “estamos llamados a ser los instrumentos del Padre
Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su
proyecto de paz, belleza y plenitud [2].”
Ponerse
al servicio de otros es el camino que nos muestra Jesucristo. El ideal de armonía, de justicia, de
fraternidad y de paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante
modelo [de dominación], y así lo expresaba con respecto a los poderes de su
época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el
que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26) [3]".
Dios se manifiesta en la paz. Dios nos da su paz y nos convida a
contribuir, no solo en Siria o Palestina, sino que también en nuestra vida diaria, con
nuestros hermanos. Muchas veces es más fácil pelear, pero la invitación es
a ser grande en servicio al hermano, según el ejemplo de quien se entregó por
entero.
[1] Laudato si’ 225.
[2] Ibíd. 53.
[3] Ibíd.
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