Empezó la Semana Santa. Para muchos – tal vez
para la mayoría – esto no es mucho más que sinónimo de tener unos días de descanso.
También puede ser una buena excusa u oportunidad para darse un festín de
pescados y mariscos pasado mañana (lo cual ciertamente no es el sentido del
viernes santo). No obstante, para los cristianos estos días representan el
centro de nuestra fe.
Sin embargo, la Semana Santa no quiere ser algo
abstracto, algo ajeno a nuestra vida y que simplemente recordamos con devoción.
No es solo un feriado más, sino que se trata de un acontecimiento que
tiene consecuencias concretas en nuestra vida. No solo rememoramos, sino que
actualizamos el misterio Cristo en la Cruz. Esto no es sólo algo que pasó allá lejos, en un pasado remoto, sino
que también ocurre acá, en nuestra vida.
Me amó y se entregó
por mí (Gal 2,20).
Esto es lo que recordaremos este Viernes Santo. La realidad es compleja y tiene
sus matices. En esta diversidad podemos encontrar a muchos que nos amaron y se
entregaron por nosotros. No tiene que ser necesariamente una entrega hasta la
muerte, pero si una muerte al propio yo.
Me explico. Se trata de mirar la cruz desde una
nueva perspectiva, una más personal. No es la única, pero es nuestra perspectiva. Es una invitación a reconocer a todos aquellos que han renunciado a un poco de sí mismos por nosotros y lo hicieron tan solo por amor. Pueden ser nuestros padres, profesores o amigos. Pueden ser grandes cosas o pequeños actos cotidianos. Que en estos días podamos pasar por el corazón a todos aquellos que me amaron y se entregaron por mí
Del mismo modo, en
nosotros mismos cada vez que renunciamos a nuestros intereses por un por otro gratuitamente. Son momentos simples, pero profundos. Basta, por ejemplo, renunciar a nuestro tiempo libre para ayudar a un amigo, cambiar unos días de vacaciones por misiones o trabajos voluntarios o cualquier cosa nos permita entregarnos por otros con amor desinteresado. Son esos momentos en que amé y me entregué por otros. En momentos como estos se hace presente el misterio de amor de la cruz.
Finalmente, y esto es lo más importante, hay alguien que se entregó
hasta la muerte por nosotros. Es Jesús, el hijo de María. Que todo lo anterior nos ayude a acercarnos al misterio de la cruz no solo como espectadores de un sacrificio ajeno, sino que al ver en nuestra vida a aquellos que se han entregado por nosotros podamos mirar la Cruz de Cristo y reconocer que él me amó y se entregó por mí (Gal 2,20).