Hace
unos días leí una columna que compartió un amigo en facebook. Hablaba del otoño y decía:
"Para mirar y aprender de las alfombras de hojas,
hay que tener tiempo. ¿Y quién tiene hoy tiempo? No tenemos ni tiempo para
detenernos para entender que nosotros mismos somos el mismo tiempo que se nos
va. En estos días vertiginosos, en que malgastamos la poca vida que nos fue
dada en tacos interminables, en correr de asunto en asunto, de “evento” en
“evento” como sombras, y en que hemos dejado de vivenciar la vida como el mayor
acontecimiento de todos, es bueno arrimarse a un árbol de otoño..."
Y es cierto. Vivimos con prisa y
pretendemos que esto hará que nuestra vida sea mejor, pero es justamente esta
actitud lo que juega en contra. De hecho, yo mismo pensaba escribir esto
hace casi un mes, pero “no he tenido tiempo”. Actualmente vivimos quizás el
doble que generaciones anteriores, pero ¿vivimos mejor? ¿Vivimos bien al menos?
Creo
que es urgente hacer una pausa. Es
simple, pero no fácil, pues la vida nos come y sin embargo, somos nosotros
los que debiéramos llevar las riendas de nuestra existencia. No obstante, a
menudo las cosas no son como debieran.
A
veces las pausas son involuntarias, son por causa de una enfermedad o algún
acontecimiento que no teníamos programado. Aun así nos ayudan a mirar el mundo
de un modo diferente. No hace falta ser muy inteligente para reconocer que no
es necesario que pase esto. Podemos parar por nuestra propia cuenta.
¿Qué
hacer? Mi propuesta es simple: huir y contemplar. ¿Dónde ir? a un lugar tranquilo, a la
naturaleza, al mar o simplemente a
una plaza o un parque camino del trabajo.
Huir. Dejar
lo que estamos haciendo. Es cierto que puede ser muy importante, tal vez
urgente. Quizás sea más claro hablar de tomar
distancia. Pero, ¿alejarnos para
qué? Para contemplar. Parece
una palabra complicada, pero es más sencilla de lo que parece. Se trata de mirar de un modo distinto,
con calma y perspectiva. Contemplar nuestra vida y verla con otros ojos.
Quizás simplemente verla, pues a menudo no reparamos en lo que hacemos.
En
la pausa, y este es el punto, nos situamos frente a nuestra vida de un modo
distinto. Podemos mirar todo lo bueno
que nos ha pasado y dar gracias por ello. Nos sorprenderemos al ver que la
lista es más larga de lo que esperamos.
También
podemos detenernos en aquello que no ha salido como esperábamos. Pero no nos
quedemos en lo negativo, hay que ir más allá. En todas esas cosas malas – que siempre hay, nos guste o no – aparecen pequeñas
o grandes cosas buenas que se escondían a nuestra vista. Alguien que nos
ayudó a salir adelante o algo valioso que aprendimos. Así lo malo es menos
malo, aunque pueda no haber valido la pena.
Haciendo una pausa y mirando con fe podemos ver, en lo bueno y junto a lo malo, a Dios que se hace presente en nuestra vida. Nuestro problema es que andamos tan apurados que pasamos de largo y Él está ahí esperándonos sin que lo veamos.
Haciendo una pausa y mirando con fe podemos ver, en lo bueno y junto a lo malo, a Dios que se hace presente en nuestra vida. Nuestro problema es que andamos tan apurados que pasamos de largo y Él está ahí esperándonos sin que lo veamos.