domingo, 14 de agosto de 2016

En nuestras miserias


Todos tenemos fragilidades e incoherencias y, aunque no nos agraden, son parte de nuestra realidad. Insisto, las miserias abundan como el barro luego de un día de lluvia. Pueden ser enfermedades – físicas o psicológicas – o situaciones difíciles. Nosotros mismos a menudo experimentamos límites y dificultades. 

San Pablo lo dice: “Nosotros mismos somos como frágiles vasijas de barro que contienen un gran tesoro” (2Cor 4,7). Y a veces tanto barro nos impide ver el tesoro. Nuestras pequeñeces son parte de nuestra experiencia humana, finita y limitada, nos guste o no.

Lo bueno es que nos encontramos en un contexto particular. El papa Francisco convocó un jubileo extraordinario de la misericordia. En otras palabras, un año dedicado a proclamar de manera especial que Dios es un padre bueno y rico en misericordia. Al mismo tiempo nos invita a abrir "nuestros ojos para mirar las miserias del mundo" (Misericordiae Vultus 15)

Podemos recharzarlas o negarlas. Sin embargo, hay un camino diferente que empieza con reconocer todas estas zonas oscuras de nuestra vida, pero que no se queda ahí con tristeza. Luego de observar todo esto podemos comenzar por aceptarlas, o más bien, aceptarnos y aceptar nuestra vida tal cual es a fin de admitir que somos pequeños y que necesitamos ayuda.

Es sencillo, al menos en la teoría. Si estamos enfermos pedimos asistencia a un médico, si no sabemos reconocemos nuestra ignorancia y pedimos a alguien que nos enseñe. Si nos equivocamos pedimos perdón. En el fondo se trata de vivir sabiendo que no somos perfectos sino que necesitados.

El paso siguiente, aunque esto tenga poco y nada de receta, es mirar con los ojos de la fe y ver que así como necesitamos que otras personas nos auxilien y complementen, necesitamos la compañía de Aquél que es Misericordia. Dios no es juez severo sino que es un Padre que "nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida" (MV 25).

Puede ser que nuestras miserias nos tiren para abajo, que no las queramos y que sean un peso en nuestra vida. Es posible que sean malas, que sería mejor que no formaran parte de nuestra existencia. Sin embargo, nos permiten reconocer nuestra fragilidad y abrir nuestro corazón necesitado al Dios que nos ama. Ellas nos invitan a abrir los brazos y pedir ayuda a quien todo lo puede, porque cuando todo brilla en nuestra vida podemos creer que todo lo podemos, pero cuando el panorama se pone oscuro podemos reconocer con más fuerza esa luz clara que brilla en medio de las dificultades, podemos ver más fácilmente a Dios presente en nuestras vidas.