jueves, 7 de septiembre de 2017

¿No estoy yo aquí que soy tu madre?


Al llegar a México, hace poco más de un año, a los pocos días fui a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, uno de los principales lugares de peregrinación del mundo católico. Aquella vez, al igual que las siguientes, fue toda una experiencia: la amplitud y grandeza, los miles de personas de diferentes nacionalidades y, sobre todo, estar en un sitio donde se apareció – según relata el Nican Mopohua – la Virgen María al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin en 1531. 

Sin embargo, no pretendo hablar del lugar, de la gente o de las apariciones. Sencillamente quiero compartir acerca de una frase que me llamó la atención aquella primera vez en la Villa y que aparece sobre la puerta principal del templo: ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? Poco después me enteré que estas palabras se las dijo María de Guadalupe a Juan Dieguito debido a la preocupación de éste por su tío enfermo, lo  cual le impedía cumplir los deseos de su Señora.

Es que incluso antes de ver la tilma de Juan Diego con la famosa imagen de María, aparece esta frase. No es simplemente un relato antiguo, no es solo pasado, sino que se hace presente para cada peregrino que llega a los pies del cerro Tepeyac sin importar su origen o condición. Es por esto, que quisiera compartir qué significan - para mí - estas palabras tan sencillas y profundas.

a. En primer lugar, lo más evidente (o no) es lo que vivió Juan Diego. Todos tenemos múltiples preocupaciones, y éstas nos pueden agobiar e impedir que hagamos el bien que debemos, ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? nos invita  a confiar en Ella, que nos cuida y acompaña en nuestras necesidades, como cualquier madre que se preocupa por el bienestar de sus hijos. 

b. Si bien lo anterior es cierto, nos puede dejar con una especie de fe interesada, que acude a Dios solo cuando pasa necesidad. Es por esto que ese ¿No estoy yo aquí...? nos hace una llamado de atención, nos invita a hacer un alto en medio de “nuestras cosas” y nos hace poner la mirada en lo alto, en Ella que es nuestra madre. María nos dice: detente un momento, aquí estoy, soy tu madre, no vivas como si yo no estuviera aquí.

c. Y finalmente, nos dice soy tu madre, no soy cualquiera que te ayuda, no estás solo ni eres huérfano. En medio de un mundo tan individualista Ella nos dice que la soledad no es más que una ilusión que se hace realidad cuando nos olvidamos que Ella está ahí y que es nuestra madre.

“¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” no es solo una linda frase del pasado, son palabras de un Dios que se hace presente en nuestra vida a través de su madre, María de Guadalupe. Y esto nos da un gran beneficio. Nosotros podemos decirle con todo derecho: ¿no estoy yo aquí que soy tu hijo? Así podemos apelar en todo momento a su favor, y sin duda, nuestra confianza y debilidad serán nuestra mayor ventaja, no por nuestros méritos, sino por su gran amor de madre. 

domingo, 5 de febrero de 2017

Super bowl y el muro

"Ustedes son la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres".

Siempre me ha llamado la atención esto de la sal, pues si pierde su sabor ya no es sal. Más bien, lo que me cuesta entender es cómo la sal puede dejar de salar, parece absurdo. Sin embargo, la situación actual de México me da algunas pistas para entender esta metáfora.

Muchos mexicanos reclaman - y con justa razón - contra las medidas de Trump. Algunos llegan a proponer un boicot dejando de comprar en empresas gringas. El asunto tiene muchos matices, pero no escribo sobre economía. Por otro lado, hace varios días el super bowl es asunto de conversación obligado. Incluso el papa Francisco habló de este gran evento deportivo

Estando al otro lado del hipotético muro, hay mucha gente sigue a su equipo de americano y le interesa mucho más que su club de fútbol en la liga azteca. Puede parecer contradictorio, pero he aprendido que así es México, o al menos lo que he conocido, ya que tan lejos no estamos.

Volviendo al muro, dejando de lado lo negativo, hay algo bueno: permite reconocer que hay una identidad nacional que va más allá de los tamales y los tacos. Es algo semejante a lo que sucede con los trágicos incendios en Chile. Ésta y otras catástrofes pueden sacar lo mejor de un pueblo herido y nos enseñan a salir adelante a pesar de las dificultades. La solidaridad en medio de la adversidad rompe con la indiferencia cotidiana. El fuego nos hace tomar conciencia del tesoro que tenemos en nuestros bosques, y sobre todo, en nuestra gente.

Del mismo modo, el muro puede ayudar a sacar lo mejor del pueblo mexicano. Que la sal se desvirtúe sería equivalente a que un mexicano pierda su identidad más profunda: su amor a María de Guadalupe y su capacidad de dar testimonio de Cristo Rey. Esta fe latinoamericana es nuestra herencia más preciada. Dejarla atrás sería equivalente a que la sal pierda su sabor.

Dios no nos envía las dificultades, éstas son simplemente parte de la vida. Sin embargo, él está ahí acompañándonos y ayudándonos a sacar lo mejor de nosotros. Dios se hace presente cuando, en medio de conflictos y problemas, somos capaces de salir adelante, cuando nos unimos a pesar de las diferencias para superar juntos los obstáculos que aparecen en el camino. No es solo en grandes eventos o situaciones - como un incendio o un muro nacional - sino que también en pequeños acontecimientos donde con ayuda de aquel que es la sal del mundo logramos salir adelante.