Se pueden realizar los análisis y comentarios pertinentes. Nuestro desorden la segunda mitad, el estado de la cancha, la formación, los errores y quizás incluso, criticar al árbitro, por costumbre al menos. Sin embargo, podemos dejar de lado por un momento los análisis y disfrutar de la alegría, alegrarnos con este triunfo bien merecido.
Es fácil ver lo que falta, lo que se puede mejorar. Hablo de la vida en general, aunque en el fútbol esto queda más
claro. Pero cuesta, y no sé por qué, reconocer y saborear los triunfos, en
especial los pequeños y cotidianos. Llegan a nuestras manos y rápidamente los
dejamos irse. No se trata de vivir de las glorias pasadas. Es más bien ver todas
las conquistas de nuestra vida y vivir con ellas, que sean nuestras compañeras.
Dejar que vayan animando nuestro paso por la vida y que no se nos escapen, pues
nos pertenecen.
No estoy hablando solo de los grandes logros,
aquellas victorias arduas y difíciles, que nos traen gran alegría y van
modelando nuestra vida. Me refiero principalmente de los pequeños triunfos,
aquellos tan sencillos que pasan desapercibidos no solo para los demás, sino
que para nosotros mismos. Una buena nota, un encuentro familiar bien
logrado, algún proyecto apostólico o un éxito laboral. Cada uno puede ver cuáles son sus
propios logros.
El caso es que es difícil encontrar a alguien
que no tenga logros personales por los que pueda alegrarse. No se trata
necesariamente de “haberle ganado a alguien”. No es que la vida sea una
competencia constante. Es buscar aquellas metas que, gracias a nuestro
esfuerzo, pudiendo no haberlas conseguido, las alcanzamos.
Afortunadamente, no son solo éxitos personales.
Hay éxitos grupales, como en el fútbol, donde el aporte de muchos permite
un resultado satisfactorio. Así la alegría se comparte, no solo la alegría
personal, sino que la alegría comunitaria. Juntos lo logramos. Así se goza aún
más.
Ciertamente en nuestro caso, tan solo pasamos a
la siguiente ronda, y la copa aún está distante. Hay que ir con calma, sin
agrandarse. Pero aun así se puede celebrar y aprender a disfrutar más estos
momentos que nos regala la vida. En otras palabras, esto va más allá de mirar
el vaso medio lleno, es la apuesta por mirar cada gota que va llenando el vaso,
porque cada gota, aunque sea pequeña, suma.
Por eso, ganemos la copa del mundo o ganemos un
partido en la universidad, la marraqueta amanece más crujiente. Disfrutemos cada bocado,
porque en cada uno está Dios presente, alegrándose con nosotros y ayudándonos a
triunfar cada día. Él nos alienta a poner todo de nosotros. Reconozcamos que, como nos gritó en un partido un jugador del equipo rival, “el de arriba nos está
mirando”. Invitémoslo a ser parte de este triunfo y a soñar juntos con lo que vendrá.