‘
¿Cómo se usa?’ Esta fue la pregunta que me hice hace
algunos luego de instalar WhatsApp. Sin embargo, creo que la cuestión se hace
más profunda frente a este fenómeno que se presenta en todos lados y al
alcance, literalmente, de la mano. El asunto aumenta de proporciones cuando se
añaden otros elementos como Facebook, Twitter o Instagram.
Hace algunas semanas leí una noticia que hablaba
del impacto de las redes sociales en el rendimiento escolar. Sabemos que no solo influyen en lo académico. En los últimos años han tocado, o más bien invadido, todas las
dimensiones de nuestra vida.
Me parece que se hace urgente preguntarse cómo usar estas tecnologías. Basta ver a tanta gente que camina como zombi con
el celular en la mano, a los hipnotizados del metro, o bien, a aquellos
automovilistas que afirman con más fuerza el teléfono que el volante.
Quizás más de alguno se enteró que el año
pasado tuvo su debut y despedida la serie Selfie. Se trataba de una adicta a las redes sociales y su compañero de
trabajo que vivía al margen de ellas. En resumen, ella tenía una gran actividad
‘social-virtual’, pero una pobre ‘vida real’, lo cual la llevó al colapso. Para
la protagonista, la realidad estaba tan
fragmentada que ella se quebró al reconocer que aunque tenía miles de
seguidores y fans, no tenía amigos de verdad. En cambio, para el
coprotagonista, el mundo virtual era desconocido y por ello se perdía buena
parte de lo que ocurría a su alrededor. Ciertamente ambos iban por mal camino. A medida que la serie avanzaba, estos personajes –
caricaturas no tan lejanas a la realidad – lograban dar pasos importantes para sanarse
y convertirse en personas que vivían efectivamente “en este mundo”.
Nuevamente me cuestiono: ¿Cómo se usa? Claramente no me refiero a los aspectos técnicos,
sino a cómo utilizarlo correctamente, a cómo
hacer que sea una herramienta útil – en el sentido amplio del término – que nos
haga más humanos y no se torne un problema implícito de nuestra existencia.
No hay duda que todos esto avances traen consigo grandes beneficios. El
problema está cuando este progreso se nos escapa de las manos y nos volvemos
esclavos de nuestras propias conquistas.
Me parece que lo central no es cuánto lo
usamos, sino que lo importante es el cómo
y la libertad que tenemos frente a ellos. No hay duda que es desagradable
tener en frente a personas que en vez de compartir ven solo lo que ocurre en la
punta de sus dedos. No hay que ser un agudo observador para reconocer que algo
anda mal en aquellos que les cuesta alejarse de su celular o que se estresan
sobremanera cuando no hay señal sin que haya una razón legítima para
preocuparse.
Hace poco más de un mes, yo estaba en misa y,
en un momento en que toda la Iglesia estaba en silencio, sonó mi celular y todo
el mundo se dio cuenta. El padre reaccionó y dijo algo así como “parece que Dios está llamando”. Así es
como el teléfono me traicionó. Sin embargo, creo que es cierto. Dios no solo
llama, sino que también twittea, sube fotos y, por qué no, “whatsapea”.
Dios quiere entrar en todas las realidades. Hay
gente que busca compartir cosas buenas a través de los medios y no simplemente
aquello que vende, incluso a costa de la dignidad de otras personas como en el caso de "Fifi"
(este blog quiere ser parte de ello, un intento por aportar). No se trata solo de material religioso, sino de publicaciones que dignifiquen y eleven al hombre, que lo ayuden a
ser mejor. Como dice Cristobal Fones sj en su último disco, aquello que ayuda a
“hacer sentir al otro más humano”.
No me refiero tan solo cuentas como @Pontifex o los consejos de cuaresma del papa Francisco (que según escuché se viralizaron en WhatsApp).
Dios se hace presente y se comunica, nos habla de muchas maneras: en los
mensajes que traen sana alegría a nuestra vida cotidiana, en las tonteras que
nos hacen reír, en los mensajes de cariño de nuestros seres queridos, en las
buenas noticias y también en los mensajes que piden justicia en casos como Dávalos,
Penta o SQM.
Dios siempre llama, solo hay que ponerle atención.
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