En Chile, poco a poco, se ha ido ahondando en el problema social que, sin ser nuevo, se ha vuelto una novedad que salta a la vista de todos. Me da la sensación que se ha convertido en la polarización más radical de Chile tras la vuelta a la democracia. Lejos de buscar aunar miradas y buscar consensos, me parece que la sociedad, en estos días, se ha ido dividiendo entre quienes buscan la paz y los que buscan la justicia. Sin embargo, ¿es sostenible esto para un cristiano?
Pienso en el Antiguo Testamento. La creación de Dios estaba bien (cf. Gn 1), había paz. La violencia aparece después. Caín mata a su hermano Abel (cf. Gn 4) y comienza un espiral de violencia que culmina con el mal esparcido sobre toda la tierra (cf. Gn 6, 5-6). El diluvio viene a ser un nuevo comienzo, un quiebre de una violencia ascendente. Lejos de terminar todo ahí, Dios ofrece nuevamente la posibilidad de estar en la cercanía del hombre (cf. Gn 9, 8-17).
Jesús también se distancia de la violencia. No es un zelote. Su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36). Su método no es contraatacar, sino que llama a poner la otra mejilla y a hacer el bien, incluso a perseguidores y difamadores (cf. Lc 6, 27-31). Él mismo, en vez de defenderse violentamente ante la injusticia (cf. Jn 18, 10-12) se entregó mansamente como un cordero (cf. Hch 8,32). Para Jesús la violencia no era opción y para sus seguidores tampoco puede serlo.
Que nuestra posición política no nos impida denunciar la violencia, venga de donde venga. Sean saqueadores o uniformados. Sea física o verbal. ¿No es violencia insultar constantemente a las autoridades y fuerzas públicas? ¿No es violento atacar a los manifestantes pacíficos e indefensos? ¿No es violento desear la muerte de delincuentes o del mismo presidente? Para qué hablar de saqueos e incendios. No importa si es con carteles, cantos, gases o municiones. Es cierto, en todo esto existe un tremendo claroscuro que impide juzgar adecuadamente, además está el (debatible) uso legítimo de la fuerza. Pero esto no impide el denunciar la violencia sin importar su procedencia o intención.
Por otro lado, hay quienes han dicho que la mayor violencia es la desigualdad económica reinante y evidente que existe en Chile. No busco discutir la verdad de este pensamiento ni hacer análisis políticos ni económicos. Tan solo me pregunto qué diría Jesús ante la inequidad actual, la cual, libre de matices, es un hecho hoy ineludible.
El profeta Amós en el antiguo Israel ya criticaba las injusticias dentro del pueblo de quienes venden al inocente por dinero, pisotean a los pobres e impiden a los humildes conseguir lo que desean (cf. Am 2, 6-8). Jesús hace lo mismo y la Iglesia latinoamericana no se cansa (cuanto menos) de anunciarlo. Basta con revisar el documento de Aparecida (2005). En el juicio final se mide según la caridad fraterna, caridad efectiva, no solo pensamientos o intenciones. La preocupación por los desvalidos (cf. Mt 25, 31ss) y los pobres (cf. Lc 14, 13-14) no es accesoria para Jesús y para nosotros tampoco lo puede ser.
En palabras de Jesús, sin absolutizarlas ni descontextualizarlas, podríamos decir: Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. (Mt 5, 9-10)
No pretendo dar soluciones políticas ni económicas al problema actual. Tampoco dar criterios que orienten políticas públicas. Simplemente busco señalar que la justicia social y la paz no son opcionales para los cristianos. Renunciar a cualquiera de ellas es alejarse de Jesús, es diluir su mensaje. Cada uno puede proponer diferentes métodos para alcanzar la meta indicada por Jesús. Es en este camino donde ver la realidad con los ojos del resucitado impide que nos enfrentemos como enemigos y purifica nuestras ideas y acciones. Por eso, si rezamos venga tu Reino (Lc 11,2) es porque también nos ponemos al servicio de ese reino de paz y justicia para todos (Rm 14,17).