En medio de tanta confusión y tantos puntos de vista quiero optar por dejar de lado, por un momento, la política y preguntarme algo bastante sencillo: ¿cuál sería la actitud de Jesús hoy al ver lo que ha ocurrido en Chile?
No me pregunto qué haría Cristo en nuestro lugar -como nos diría Alberto Hurtado- porque caería, rápidamente, en una respuesta política y tomaría, sin querer, una posición particular. Y eso es justamente lo que intento no hacer: tomar partido por uno u otro bando. Creo sinceramente que diferentes respuestas, visiones y soluciones pueden ser auténticamente cristianas. Aunque claro, hay cosas que no mencionaré y que evidentemente no pueden ser sostenidas desde la óptica de Jesús. Además, por cierto, no tengo un análisis acabado y, mucho menos, una solución adecuada. Por eso me pregunto sin querer dar una respuesta absoluta, ¿qué actitud tomaría Jesús frente a esto?
En primer lugar, aparecen las palabras de Dios dirigidas a Moisés cuando no sabía como dirigir a su pueblo. Dios no le responde qué hacer, sino que le dice que estará con él, caminando a su lado (cf. Ex 33,14). Algo semejante hace Jesús. Antes de dar una respuesta o solución el hijo de María se acerca y pregunta. Incluso antes de proclamar su resurrección se toma un momento para preguntarle a María Magdalena por qué lloraba (cf. Jn 20, 15). Lo mismo hace con el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,51), con los hijos de Zebedeo (cf. Mc 10,36), con los discípulos de Juan (cf. Jn 1,38) e incluso con un endemoniado (cf. Lc 8,28): Jesús se toma el tiempo de preguntar, de escuchar. Así, no es un Dios que manda y ordena, sino que camina con nosotros y se involucra con lo que nos pasa.
La mirada de Jesús es también una mirada amorosa como hizo con el hombre rico que buscaba la vida eterna. Antes de responderle qué hacer, el Mesías lo miró con amor (Mc 10,21). El Hijo de Dios no solo se hizo hombre, sino que se entregó en la cruz por amor (cf. Fil 2, 6-8; Gal 2,20). Este amor incluye también a los enemigos (cf. Mt 5, 38-48), lo cual en situaciones como éstas es aún más difícil. Esto es, también, una mirada respetuosa, sin maldecir, sino que proclamando a Buena Nueva (cf. Mt 4,23) y haciendo el bien (cf. Hchs 10,38).
Jesús no solo se acerca y mira con amor, sino que se conmueve. Así como el Dios se Israel se conmovía como una madre frente a su pueblo (cf. Is 45,15; Os 11,8) Jesús tuvo compasión de la multitud (cf. Mt 9,36) y de una viuda sin esperanza(cf. Lc 7,13). Por eso nos invita a ser compasivos como él (cf. Mt 18,33; Lc 10,37).
Finalmente, Jesús no solo mira y actúa, sino que llama a la conversión. El inicio de su predicación es un llamado a la conversión (cf. Mt 4,17). Esta conversión no es solo un cambio de mentalidad, sino que es movimiento, es acción concreta y duradera. No es solo creer en Jesús como el Mesías, sino que vivir de acuerdo a ello. No basta con denunciar las injusticias, sino que es necesario comprometerse personalmente con ello, cambiar nuestra conducta. Jesús no solo anunció la Buena Nueva de palabra, sino que dio la vida en la cruz por ello.
Creo que hoy no basta con tomar partido y ofrecer soluciones, sino que todos debemos comprometernos por un Chile más justo. No basta con marchar y publicar en nuestras redes sociales. Tenemos que convertirnos, es decir, cambiar nuestra mentalidad, dejar de pensar solo en nosotros mismos, modificar nuestros hábitos de consumo, nuestra forma de participación política y nuestro trato y juicios hacia los demás. Cada uno donde le toque. No podemos esperar que los políticos hagan todo. Debemos comprometernos personalmente para tener una sociedad mejor.
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