Ayer en la catedral de Santiago se realizó el "cambio de mando". Fueron 8 años de Ricardo Ezzati como arzobispo de esta diócesis, mi diócesis. Podría analizar toda su gestión, su conducción, sus aciertos y desaciertos. Pero creo que ya hay suficiente de eso en internet y que poco y nada aportaría en esa dirección. Sin embargo, el traspaso pone de manifiesto algo (evidente): En pocos años ha cambiado radicalmente la fisonomía de la comunidad católica, su posición y valoración en nuestra sociedad. lLamentablemente no ha sido para mejor.
Si el 2010 hablábamos de abusos, hoy entendemos está triste realidad como crisis institucional. Son mucho los que justificadamente se han alejado de una institución que aparece como viciada y con mala prensa. Es más decepcionante aún que palabras como abuso y encubrimiento se asocien con tanta facilidad a un pueblo que pretende ser
instrumento de la redención universal (LG 9).
Y sin embargo, somos muchos los que seguimos sintiéndonos parte del pueblo de Dios, fundado por Cristo y conducido por hombres (frágiles). En estos años, así como he visto que muchos muros se desmoronan, he conocido también gente sincera que siembra la buena nueva con fe y sin buscar luces. He compartido con jóvenes (y no tan jóvenes) que anhelan seguir a Jesús sin importar los errores que otros cometan.
Ayer fue un día de cambio. Quizás sea tiempo de empezar ese cambio más profundo que tanto necesitamos. Un cambio de mentalidad, de estructuras y de procesos. Un camino que dé justicia y misericordia a todos. No se trata de empezar de cero, pero sí de reparar, ampliar e iluminar. Un cambio de nunca más y para siempre. Un cambio que se realice con palabras y obras, como lo hacía Jesús (cf. DV 4).
Al parecer, está ocurriendo un desmoronamiento de la Iglesia como un baluarte en la sociedad. Tal vez sea un buen momento para volver a construirla como un hogar de barro dónde se sienta el calor del evangelio, un pequeño Belén donde haya lugar para todos.
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