martes, 31 de marzo de 2020

Mal de muchos

Si algo ha quedado claro por estos días es que el Covid-19 no discrimina. No distingue edad, país o nivel socioeconómico para infectar. Eso ha hecho que surjan múltiples respuestas y también muchos aprendizajes sociales.

No es mi intención dar una respuesta acabada sobre el tema. He leído muchas interpretaciones que, desde diversas disciplinas y perspectivas, ponen de manifiesto la complejidad de esta pandemia. En este contexto, la Iglesia ha esbozado un sinfín de propuestas de interpretación y de acción al respecto. Me alegra ver que en medio de todo esto se ha desplegado la creatividad pastoral y no faltan intentos de adaptación a los desafíos actuales.

No quiero caer en interpretaciones ni en lugares comunes. Al mismo tiempo, me viene una y otra vez la pregunta acerca de qué nos puede decir Dios en medio de todo esto y dónde podemos encontrarlo en medio de este difícil acontecer. Y he optado, no por la introspección, reflexión o meditación para esto, sino que quiero preguntar a quienes leen estas líneas dónde han visto a Dios estos días.

No espero grandes elaboraciones ni teorías abstractas, mucho menos teorías conspirativas o apocalípticas (me basta con las propias). Por eso quiero hacerles dos preguntas muy sencillas a partir de lo vivido durante estos días de aislamiento preventivo: ¿Qué han aprendido, recordado o sacado en limpio hasta ahora? ¿Qué cosas buenas han pasado en ustedes o en sus familias?

miércoles, 30 de octubre de 2019

Sin odio ni violencia: paz y justicia para Chile

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En Chile, poco a poco, se ha ido ahondando en el problema social que, sin ser nuevo, se ha vuelto una novedad que salta a la vista de todos. Me da la sensación que se ha convertido en la polarización más radical de Chile tras la vuelta a la democracia. Lejos de buscar aunar miradas y buscar consensos, me parece que la sociedad, en estos días, se ha ido dividiendo entre quienes buscan la paz y los que buscan la justicia. Sin embargo, ¿es sostenible esto para un cristiano?

Pienso en el Antiguo Testamento. La creación de Dios estaba bien (cf. Gn 1), había paz. La violencia aparece después. Caín mata a su hermano Abel (cf. Gn 4) y comienza un espiral de violencia que culmina con el mal esparcido sobre toda la tierra (cf. Gn 6, 5-6). El diluvio viene a ser un nuevo comienzo, un quiebre de una violencia ascendente. Lejos de terminar todo ahí, Dios ofrece nuevamente la posibilidad de estar en la cercanía del hombre (cf. Gn 9, 8-17). 

Jesús también se distancia de la violencia. No es un zelote. Su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36). Su método no es contraatacar, sino que llama a poner la otra mejilla y a hacer el bien, incluso a perseguidores y difamadores (cf. Lc 6, 27-31). Él mismo, en vez de defenderse violentamente ante la injusticia (cf. Jn 18, 10-12) se entregó mansamente como un cordero (cf. Hch 8,32). Para Jesús la violencia no era opción y para sus seguidores tampoco puede serlo. 

Que nuestra posición política no nos impida denunciar la violencia, venga de donde venga. Sean saqueadores o uniformados. Sea física o verbal. ¿No es violencia insultar constantemente a las  autoridades y fuerzas públicas? ¿No es violento atacar a los manifestantes pacíficos e indefensos?  ¿No es violento desear la muerte de delincuentes o del mismo presidente? Para qué hablar de saqueos e incendios. No importa si es con carteles, cantos, gases o municiones. Es cierto, en todo esto existe un tremendo claroscuro que impide juzgar adecuadamente, además está el (debatible) uso legítimo de la fuerza. Pero esto no impide el denunciar la violencia sin importar su procedencia o intención. 

Por otro lado, hay quienes han dicho que la mayor violencia es la desigualdad económica reinante y evidente que existe en Chile. No busco discutir la verdad de este pensamiento ni hacer análisis políticos ni económicos. Tan solo me pregunto qué diría Jesús ante la inequidad actual, la cual, libre de matices, es un hecho hoy ineludible

El profeta Amós en el antiguo Israel ya criticaba las injusticias dentro del pueblo de quienes venden al inocente por dinero, pisotean a los pobres e impiden a los humildes conseguir lo que desean (cf. Am 2, 6-8). Jesús hace lo mismo y la Iglesia latinoamericana no se cansa (cuanto menos) de anunciarlo. Basta con revisar el documento de Aparecida (2005). En el juicio final se mide según la caridad fraterna, caridad efectiva, no solo pensamientos o intenciones. La preocupación por los desvalidos (cf. Mt 25, 31ss) y los pobres (cf. Lc 14, 13-14) no es accesoria para Jesús y para nosotros tampoco lo puede ser

En palabras de Jesús, sin absolutizarlas ni descontextualizarlas, podríamos decir: Bienaventurados los que procuran la paz, pues ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. (Mt 5, 9-10)

No pretendo dar soluciones políticas ni económicas al problema actual. Tampoco dar criterios que orienten políticas públicas. Simplemente busco señalar que la justicia social y la paz no son opcionales para los cristianos. Renunciar a cualquiera de ellas es alejarse de Jesús, es diluir su mensaje. Cada uno puede proponer diferentes métodos para alcanzar la meta indicada por Jesús. Es en este camino donde ver la realidad con los ojos del resucitado impide que nos enfrentemos como enemigos y purifica nuestras ideas y acciones. Por eso, si rezamos venga tu Reino (Lc 11,2) es porque también nos ponemos al servicio de ese reino de paz y justicia para todos (Rm 14,17).  

miércoles, 23 de octubre de 2019

Jesús mirando Chile

En medio de tanta confusión y tantos puntos de vista quiero optar por dejar de lado, por un momento, la política y preguntarme algo bastante sencillo: ¿cuál sería la actitud de Jesús hoy al ver lo que ha ocurrido en Chile?

No me pregunto qué haría Cristo en nuestro lugar -como nos diría Alberto Hurtado- porque caería, rápidamente, en una respuesta política y tomaría, sin querer, una posición particular. Y eso es justamente lo que intento no hacer: tomar partido por uno u otro bando. Creo sinceramente que diferentes respuestas, visiones y soluciones pueden ser auténticamente cristianas. Aunque claro, hay cosas que no mencionaré y que evidentemente no pueden ser sostenidas desde la óptica de Jesús. Además, por cierto, no tengo un análisis acabado y, mucho menos, una solución adecuada. Por eso me pregunto sin querer dar una respuesta absoluta, ¿qué actitud tomaría Jesús frente a esto? 

En primer lugar, aparecen las palabras de Dios dirigidas a Moisés cuando no sabía como dirigir a su pueblo. Dios no le responde qué hacer, sino que le dice que estará con él, caminando a su lado (cf. Ex 33,14). Algo semejante hace Jesús. Antes de dar una respuesta o solución el hijo de María se acerca y pregunta. Incluso antes de proclamar su resurrección se toma un momento para preguntarle a María Magdalena por qué lloraba (cf. Jn 20, 15). Lo mismo hace con el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,51), con los hijos de Zebedeo (cf. Mc 10,36), con los discípulos de Juan (cf. Jn 1,38) e incluso con un endemoniado (cf. Lc 8,28): Jesús se toma el tiempo de preguntar, de escuchar. Así, no es un Dios que manda y ordena, sino que camina con nosotros y se involucra con lo que nos pasa

La mirada de Jesús es también una mirada amorosa como hizo con el hombre rico que buscaba la vida eterna. Antes de responderle qué hacer, el Mesías lo miró con amor (Mc 10,21). El Hijo de Dios no solo se hizo hombre, sino que se entregó en la cruz por amor (cf. Fil 2, 6-8; Gal 2,20). Este amor incluye también a los enemigos (cf. Mt 5, 38-48), lo cual en situaciones como éstas es aún más difícil. Esto es, también, una mirada respetuosa, sin maldecir, sino que proclamando a Buena Nueva (cf. Mt 4,23) y haciendo el bien (cf. Hchs 10,38).

Jesús no solo se acerca y mira con amor, sino que se conmueve. Así como el Dios se Israel se conmovía como una madre frente a su pueblo (cf. Is 45,15; Os 11,8) Jesús tuvo compasión de la multitud (cf. Mt 9,36) y de una viuda sin esperanza(cf. Lc 7,13). Por eso nos invita a ser compasivos como él (cf. Mt 18,33; Lc 10,37).  

Finalmente, Jesús no solo mira y actúa, sino que llama a la conversión. El inicio de su predicación es un llamado a la conversión (cf. Mt 4,17). Esta conversión no es solo un cambio de mentalidad, sino que es movimiento, es acción concreta y duradera. No es solo creer en Jesús como el Mesías, sino que vivir de acuerdo a ello. No basta con denunciar las injusticias, sino que es necesario comprometerse personalmente con ello, cambiar nuestra conducta. Jesús no solo anunció la Buena Nueva de palabra, sino que dio la vida en la cruz por ello. 

Creo que hoy no basta con tomar partido y ofrecer soluciones, sino que todos debemos comprometernos por un Chile más justo. No basta con marchar y publicar en nuestras redes sociales. Tenemos que convertirnos, es decir, cambiar nuestra mentalidad, dejar de pensar solo en nosotros mismos, modificar nuestros hábitos de consumo, nuestra forma de participación política y nuestro trato y juicios hacia los demás. Cada uno donde le toque. No podemos esperar que los políticos hagan todo. Debemos comprometernos personalmente para tener una sociedad mejor. 

lunes, 25 de marzo de 2019

Se fue Ezzati


Ayer en la catedral de Santiago se realizó el "cambio de mando". Fueron 8 años de Ricardo Ezzati como arzobispo de esta diócesis, mi diócesis. Podría analizar toda su gestión, su conducción, sus aciertos y desaciertos. Pero creo que ya hay suficiente de eso en internet y que poco y nada aportaría en esa dirección. Sin embargo, el traspaso pone de manifiesto algo (evidente): En pocos años ha cambiado radicalmente la fisonomía de la comunidad católica, su posición y valoración en nuestra sociedad. lLamentablemente no ha sido para mejor. 

Si el 2010 hablábamos de abusos, hoy entendemos está triste realidad como crisis institucional. Son mucho los que justificadamente se han alejado de una institución que aparece como viciada y con mala prensa. Es más decepcionante aún que palabras como abuso y encubrimiento se asocien con tanta facilidad a un pueblo que pretende ser instrumento de la redención universal (LG 9).

Y sin embargo, somos muchos los que seguimos sintiéndonos parte del pueblo de Dios, fundado por Cristo y conducido por hombres (frágiles). En estos años, así como he visto que muchos muros se desmoronan, he conocido también gente sincera que siembra la buena nueva con fe y sin buscar luces. He compartido con jóvenes (y no tan jóvenes) que anhelan seguir a Jesús sin importar los errores que otros cometan. 

Ayer fue un día de cambio. Quizás sea tiempo de empezar ese cambio más profundo que tanto necesitamos. Un cambio de mentalidad, de estructuras y de procesos. Un camino que dé justicia y misericordia a todos. No se trata de empezar de cero, pero sí de reparar, ampliar e iluminar. Un cambio de nunca más y para siempre. Un cambio que se realice con palabras y obras, como lo hacía Jesús (cf. DV 4). 

Al parecer, está ocurriendo un desmoronamiento de la Iglesia como un baluarte en la sociedad. Tal vez sea un buen momento para volver a construirla como un hogar de barro dónde se sienta el calor del evangelio, un pequeño Belén donde haya lugar para todos. 

sábado, 31 de marzo de 2018

El impresionismo de la resurrección


Hace unas semanas visité el museo Neue Pinakothek en Múnic. Fue fundado por Ludwig I a mediados del siglo XIX como el primer museo público en Europa dedicado exclusivamente a obras contemporáneas. Al llegar, sin mucho conocimiento de historia del arte, opté por hacer un recorrido libre de la audioguía y además decidí férreamente buscar una imagen de Jesús que me conquistara y, para hacer más entretenido el juego y por otros motivos que no vienen al caso, quería un Cristo resucitado.

Luego de un rato en el museo hice una pausa y olvidé mi propósito. Seguí avanzando en el recorrido y me deslumbró el paso del realismo alemán al impresionismo francés que culminó con los trazos de Van Gogh. Fue impresionante, literalmente, el cambio de formas y tonos de un estilo a otro. Sin saber mucho de arte pude apreciar como apareció algo completamente nuevo.  Ahí aprendí que los impresionistas además de usar colores diferentes utilizaban pinceladas distintas, menos definidas, algunas con puntos o líneas. Si quieren saber más de este movimiento artístico lamento decirles que no sé mucho más, pero puede investigar por su cuenta (aquí les dejo una página


Volviendo a mi paseo por esta galería bávara, puedo resumir que terminé cautivado por los colores de Manet, Monet y sus amigos, pero sin encontrar el Cristo que buscaba. Sin embargo, tiempo después me di cuenta que sí lo había encontrado, pero no lo había reconocido, como le pasó a los discípulos de Emaús. La resurrección del maestro fue algo tan increíble que les costó creer, por eso en varias ocasiones lo vieron, pero no lo reconocieron. En mi caso fue similar. Lo vi, pero no lo reconocí, no fue en un cuadro específico, sino en un estilo: el impresionismo que me cautivó.

Me explico. Es lo mismo, pero de cierto modo totalmente nuevo. El Jesús que resucitó es el mismo que partió el pan en la Pascua y que cargó la cruz hasta el Calvario. El impresionismo usa lo mismo que antes – muchos paisajes por ejemplo – pero de una forma innovadora, con colores y formas tales que transmiten alegría a quien lo contempla. Ahí está el cambio sustantivo, una especie de resurrección. Ya no importan los detalles rigurosos, sino lo que se trasmite, la experiencia frente a lo que se pinta.

También nos da una nueva medida de la vida. Ya no es poner al hombre al centro ni excluirlo totalmente. Se intenta darle el lugar que le corresponde en medio de la realidad, como uno más, pero sin perderse en el medio. Del mismo modo la resurrección nos es solo un dato de fe, sino que se vuelve nueva actitud: nuestra vocación no es a la muerte, sino a la vida en abundancia. Esto nos invita a mirar el mundo con esperanza, no poner el foco en la sombras, sino en lo positivo, lo bueno, lo que suma.

Jesús resucitó y nos regala una vida más libre, más bella y más feliz. Y esto es lo más impresionante que nos puede pasar.