Sin duda fueron días de gran alegría y descanso para
quienes vivimos en Chile, así como también para los chilenos en el extranjero,
para quienes la nostalgia se junta con la alegría de unirse con su patria y
seres queridos, a pesar de la distancia, en una misma fiesta. Si bien el dieciocho quedó atrás, aún es posible
hallar celebraciones con cueca y empanadas. Todavía se puede encontrar en el
dieciocho chico una buena excusa para continuar festejando.

¿De qué estamos hablando? Probablemente nadie
tuvo arrebatos místicos mientras se comía un choripán, y son pocos los que
dedicaron sus días al silencio, la contemplación y la oración. Antes bien, todo
lo contrario. Se trata más bien de mirar hacia atrás con otros ojos y ver desde otra perspectiva lo que ocurrió.
Recordemos que fue Jesús quien le dijo a sus
discípulos “venid y comed” (Juan 21, 12). Del mismo modo, durante este
dieciocho Dios nos llamó a sentarnos a
la mesa junto a Él. No fue de forma evidente como puede serlo en la
eucaristía. Sin embargo, haciendo una mirada retrospectiva, es posible reconocerlo con
facilidad, solo se necesita un poco de fe.
Francisco nos habla de la alegría del evangelio
y cómo el gran riesgo del mundo actual es “una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro” (Evangelii
Gaudium 2). El papa ha hablado muchas veces de la cultura del encuentro y qué
mejor signo de encuentro que el dieciocho. Familias y amigos se reúnen para
celebrar en un mismo espíritu. Muchos salen de la rutina para compartir y hallan allí una enorme
fuente de alegría.
Es por esto que propongo la alegría del
dieciocho como lugar de encuentro con Dios. Disfrutar un rico asado, un
buen paseo y de un merecido descanso. Choripanes, chicha, empanadas,
anticuchos, cueca y todo lo que viene junto a las fondas. Todas estas alegrías que nos llenan el corazón son muestra, aunque sea
disimulada, de la presencia de Dios, del Dios que se hace presente aunque
no lo reconozcamos, y que quiere que lo hagamos más presente en nuestras vidas.
Cada uno puede hacer la prueba. Es un sencillo
ejercicio. Basta con recordar lo vivido
estos días y dar gracias a Dios por cada regalo, cada gesto y cada alegría,
aunque parezca insignificante, de su presencia y compañía.