Mañana es nochebuena. Pasó Halloween y las
grandes tiendas y supermercados se vistieron con atuendos “navideños”. Mientras
muchos corren comprando, se nos olvida que la navidad es una fiesta cristiana.
Sí, cristiana.
Es cierto que los regalos son una muestra de
cariño y preocupación por el otro; una forma de salir al encuentro de nuestros
seres queridos y de aquellos con los que compartimos cotidianamente. Incluso
hay nobles campañas para ayudar a los más desamparados. No estoy en contra de
dar regalos en navidad. A todos nos gusta recibir algo, por más pequeño que
sea.
Sin embargo, las compras van dejando de lado el
verdadero sentido de esta fecha. Se trata de una fiesta fundada en un
acontecimiento concreto que sucedió hace ya bastante tiempo: el nacimiento de
Jesús en Belén.
Y como la venida de Cristo al mundo es algo que
me queda grande, prefiero compartir unas palabras del padre Esteban Gumucio.
“Mirando el pesebre me gustaría poder gritar:
‘Miren, nosotros los
cristianos seguimos a un hombre
que no tiene cuna de
reyes, sino brazos de carpintero’.
Su ejemplo es la ‘justicia’ transida de
humildad.
Sigo a un hombre que me quiere libre, sin
cadenas.
Lo grande a servir lo pequeño...
el rico hecho pobre
para vestir al desnudo...
el pan, para compartirlo...
y dejar de ser cada
cual instalado en lo que era...
Y hermanos tú y yo y ustedes todos.”[1]
A esto nos llama la Navidad. No es en primer
lugar una fiesta para dar, sino que para recibir, recibir a Jesús que quiere
volver a nacer en medio nuestro. No es solo recordar que vino. Démosle tiempo y espacio estos días. Dejemos
de correr y comprar tanto, para que pueda llegar a nosotros, así el Dios hecho niño se hará presente en nuestras vidas y en nuestros hogares.
[1] P.
Esteban Gumucio (1914 2001), SIGO A UN HOMBRE LLAMADO JESÚS. Sacerdote chileno
de la Congregación de los Sagrados Corazones.
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