Empezó el mundial. No es que el mundo se detenga como muchos quisieran.
Aun así todo cambia. Cambian los intereses, los tiempos y las prioridades. Los
amantes del fútbol se desquician y los no tan futboleros comienzan a serlo.
Todo, nos guste o no, comienza a girar en torno a la fiesta del “deporte rey”.
Sea como sea el mundial es una realidad que nadie puede negar y que cada cuatro
años se toma múltiples dimensiones de nuestra vida. Si bien no es raro que la
sección de deporte de los diarios sea la más apetecida, durante este tiempo
este particular suplemento toma dimensiones que podrían parecer absurdas, y la
fiebre futbolera invade las demás secciones de los diarios y televisión, y para
qué hablar de las redes sociales. Es dramáticamente evidente constatar que todo
nos habla de Brasil 2014 con un sinfín de colores y formas.
Por otra parte, para quienes no les gusta (tanto) el fútbol, tienen el
consuelo de que es solo un mes – pero claro, no cualquier mes – y son testigos,
quizás de un modo especial, de cómo el mundo se une alrededor de este gran
fenómeno. Hoy por hoy, el televisor toma un lugar privilegiado en millones de
hogares, oficinas, bares, universidades, y por qué no, iglesias y seminarios. Habitantes
de los más diversos países se reúnen para seguir lo que está ocurriendo en la
tierra de la samba. Ciertamente no es una perfecta unidad, ya que cada uno
hincha por su equipo y el avance de las rondas va dejando perdedores y
ganadores. De esta manera, a pesar de la gran expectación que genera la copa
del mundo y los millones – en todo sentido – que moviliza, esta agitación es pasajera;
o como dicen por ahí: “es emífera”. Después
del 13 de julio (día de la final) todo volverá a su cauce habitual y lo
sucedido en Brasil será historia. Es así como algo tan grande perderá sin
remedio su fuerza súbitamente.
No obstante, y a riesgo de parecer hereje, me pregunto si habrá algo más
grande y universal que el mundial de fútbol; ¿Será acaso posible que haya algo
que sea capaz de unir real y profundamente a los pueblos a pesar de las
diferencias? O bien, simplemente podría preguntar
si en medio de tanta conmoción mundialera queda algo de espacio alguien que
parece tan ajeno al fútbol: Dios.
Vienen a mi mente las palabras “yo
creo en la roja”. Esto refleja sentimiento que se vive en Chile. Somos
millones de chilenos los que ponemos nuestra esperanza en un puñado de hombres
que dan lo mejor de sí a pesar todas las dificultades y exigencias. Esta emoción
es la que une a Chile durante tantas oportunidades y es capaz de romper
barreras, pues no importa dónde sea, todos nos alegramos cuando Alexis mete un
gol. No solo celebran los que van a plaza Italia, somos todos quienes disfrutamos
los triunfos de la roja de todos. Pero quizás por vivir con tantos extranjeros,
sé que este profundo sentimiento no es universal y que en cierto sentido es
bastante limitado. Podría decir que “la roja de todos” no es efectivamente “de
todos”.
Por cierto, yo creo en la roja. Sí, creo en la selección chilena y sueño
con ver al niño maravilla levantando la copa en el Maracaná. Sin embargo, creo
que hay algo más grande. Cada uno puede preguntarse en qué cree, qué es lo que
le da sustento a su vida. Para mí, sin darme más vueltas, aquello le da sentido
a mi vida y es capaz de unir a todos es la fe, la fe en una persona, la fe en
Jesucristo. Esta fe no viene temporalmente cada cuatro años y no hay que
clasificar para obtenerla, y afortunadamente estamos todos invitados a
participar. La fe nos une y no es necesario ser chileno.
Que en estos días, así como todo nos habla del mundial, que lindo sería
que todo pudiera hablarnos de Dios. No hablo de catequesis en todos los
matinales y que las noticias hablen solo del Papa. Pero sí pido que el mundo
nos hable más de lo bueno que hay en el hombre, que alimente nuestra esperanza
en el mañana y nos anime a ser más hermanos entre nosotros. Si todos sabemos lo
feliz que nos hace tener una familia, que el mundo nos aliente a cuidarla y con
ella cuidar la vida de todos sus miembros. Que hagamos a Dios presente en
nuestra vida y que no sea solo un mes cada cuatro años, aunque quizás eso sería
un gran avance.
Yo creo en la roja, pero creo aún más en Cristo, signo del amor de Dios a
los hombres, sean o no futboleros.